Taichi se plantó frente a la puerta del Doctor Joe Kido. Era una casa pequeña con un patio y jardín bien cuidados. Los cuatro escalones que lo separaban de la verja de entrada eran de un acabado blanco que contrastaba con los colores otoñales de las paredes y techo. Con una excelente ubicación, no más de diez minutos en auto al hospital. Sin duda una casa hecha para convertirse en hogar.
Tai incluso podía imaginarse a un par de niños jugando bajo la atenta mirada de sus padres.
―¿Tai? ―nombraron al abrirse la puerta.
Joe lo miraba desconcertado y bastante preocupado de la razón que pudo haber orillado a Taichi a llamar y acudir en su busca a esas horas de la noche. Su voz por teléfono había sonado cuanto menos afectada, y ahora que lo veía de frente podía decir que estaba pasando por un mal momento y eso lo estaba angustiando.
―Entra ―invitó, pues desde que corto la llamada hacia varios minutos había estado al pendiente de su llegada, y al ver como este se había detenido a mitad de su jardín como si estuviera repensando su proceder, obligo a Joe a intervenir.
Taichi entro a la casa y sonrió con anhelo, pues por dentro era como en esos programas de televisión, una sala con la chimenea encendida, el comedor para cuatro, la cocina bellamente adecuada para moverse con holgura y rapidez, escaleras alfombradas y el reproductor de música tocando una melodía suave y relajante. Simplemente perfecto. Y sin embargo.
―No... puedo ―murmuró Taichi al percibir como su corazón se apretaba, como si quisiera salir huyendo no solo de ahí, sino de su cuerpo en busca de aquel a quien había elegido amar.
―Tai ―nombró Joe asustado, nunca en todo lo que llevaba de conocerlo lo vio en ese estado de total incertidumbre. ―Si puedo hacer algo para... ―ofreció con las manos temblorosas extendidas en su dirección, en un gesto que esperaba demostrara que estaba dispuesto a poner todo cuanto tenía a su disposición.
―Joe ―cortó Taichi mirándolo a los ojos.
Iba a arriesgarse exponiéndose por primera vez como lo que era ante un tercero, no por accidente como sucedió con Kyotaro y Daigo, no por confianza como su madre y hermana, sino porque deseaba algo más del médico.
―Joe crees que... ―y negó con la cabeza, no, no quería darle vueltas, solo lo diría esperando no haberse equivocado al juzgarlo. ―Joe, soy un Omega.
A Joe se le fue algo más que el alma del cuerpo, porque si lo que estaba diciendo Taichi era remotamente cierto entonces él...
―Tai ―y las palabras se le atoraron en la garganta como un duro pedazo de pan.
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Yamato se paseaba por la sala de su casa como fiera enjaulada, el Alfa dentro de él se encontraba inquieto desde que salió de la casa de Taichi. Un presentimiento lo estaba carcomiendo por dentro y para este momento prácticamente la fiera en su interior rugía y aullaba como si estuviera a punto de morir.
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Alfa
FanfictionNo hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente. Frase de Virginia Woolf, escritora británica.