2. Por una promesa

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Las semanas pasaron, Montserrat se había instalado en la habitación de huéspedes y hasta había comenzado a asistir al mismo colegio que Jess. Kate aprovechaba cualquier oportunidad para pedirle a su sobrina que intentara hacer amistad con Montse, pero aquello parecía imposible. Sin embargo, la joven lo hubiera hecho... si supiera como. Jess había pasado tanto tiempo alejando a las personas que ya no sabía cómo acercarse a ellas.

—Hola, Jess —saludó Montserrat y formó una sonrisa amigable en sus labios mientras trataba de seguir el paso apurado de la chica.

—Mmm —respondió ella sin detenerse y sin siquiera voltear a verla. Jess hizo una mueca al ver a tanta gente atiburrada en el pasillo principal. El baile de fin de curso se acercaba y todo mundo estaba perdiendo la cabeza por dejar el instituto medianamente decente para que el baile fuera bonito. A Jess le parecía una pérdida de tiempo; de hecho, pensaba en engañar a Kate sobre asistir e irse a cualquier otro sitio mientras tanto, aunque la llegada de Montserrat le representaría un problema, ya buscaría una solución para eso.

—¿Qué tal fue tu clase?

—Igual que siempre —respondió la chica encogiéndose de hombros con aburrimiento.

—Ya. —La morena asintió, tratando de buscar un tema de mutuo interés. Estaba claro que, para llegar a tener una relación más sólida con ella, sería como tratar de atrapar un colibrí, muy difícil, pero no imposible—. Me preguntaba si podríamos tomar el almuerzo juntas, he hecho buenos amigos y podrías sentarte con nosotros. No te he visto en la cafetería y me preguntaba si...

Jess detuvo sus pasos y Montserrat casi choca con ella. Jess se giró para encararla, tenía el ceño fruncido.

—No lo hagas, no te preguntes. No me interesa conocer a tus nuevos amigos y tampoco compartir el almuerzo. Te gradecerías que me dejaras en paz —sentenció y apresuró el paso a la salida que daba al patio.

Jess lo sabía, a pesar de la manera distante en que había tratado a la chica el primer día que llegó a su casa, Montserrat era buena persona. Quizá si la hubiera conocido en otro tiempo y en circunstancias mejores podrían haber sido amigas, pero no en esa realidad. En el momento en que su madre había caído en coma, la felicidad que rodeaba a Jess se había adormecido también. No le encontraba nada interesante a su vida como para compartirla con alguien más.

***

La mujer que descansaba en el gran sillón de piel color hueso aparentaba más años de los que tenía. En tan solo unos días había envejecido tanto como para pasar por una mujer de cincuenta años; su pelo ahora era más gris que rubio, sus labios estaban fruncidos en una mueca melancólica y sus ojos reflejaban un vacío constante. Levantó la cara para ver a su hijo de pie frente a ella. El joven era el vivo recuerdo de su marido recientemente fallecido. La mujer le sonrió y dejó que la condujera a su habitación.

—Estaremos bien, cariño —aseguró, antes de que su hijo cerrara la puerta de su habitación tras de él.

El joven sentía como sus ojos se escocían por tratar, inútilmente, de contener las lágrimas. Se llevó el puño a la boca para ahogar el grito que se atoraba en su garganta, un grito de dolor, frustración y coraje.

Habían pasado tres días desde el entierro de su padre y cinco desde que un par de policías llegaron a su puerta a darles la dolorosa noticia de que el cuerpo de Issac Belcourt, el famoso reportero de "El País", había sido encontrado sin vida en su propio despacho dentro de la editorial del periódico. Cuando el joven preguntó sobre la investigación, los policías le dijeron que el caso había quedado abierto por no tener pruebas suficientes contra nadie.

¡Malditos incompetentes! Había pensado él internamente para segundos después jurar que se vengaría de quien había destrozado a su familia. Fuera como fuera, haría justicia por la muerte de su padre.

Sin corazón | Legado de sangre IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora