26. El trato del demonio

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La noche se cernía sobre ella y en esa ocasión no había luna, como si el mismo cosmos intentara ocultar lo que se avecinaba. Jess Black se detuvo frente al gran portón metálico que resguardaba la inmensa propiedad. No tenía miedo, se había preparado por meses para lo que estaba por hacer; además, Pantera y el resto de los agentes no estaban muy lejos. La casa era grande y estaba escondida entre las montañas; si bien, la falta de árboles la volvía un blanco fácil, también lo hacía de manera contraría para sus enemigos. Con un ruido metálico el portón se abrió y ella dirigió su moto al interior. Le pareció extraño que cuando se detuvo frente a la puerta principal, ninguno de Los Diamantes se acercara a ella de manera hostil. Un hombre joven que bien podría estar llegando a los treinta ya la esperaba al entrar.

—Sígueme —fue la única palabra que pronunciaron sus labios gruesos.

Jess odiaba que le dieran ordenes, pero por esa ocasión tendría que dejarlo pasar. Siguió al tipo que la condujo por un par de pasillos hasta que llegaron a una habitación y el tipo la instó para que pasara. Cuando Jess cruzó al interior, se dio cuenta de que se trataba de un amplio estudio y de que Ephraim estaba junto al ventanal.

—Ya puedes irte Lincoln, ve a encargarte de lo que te he pedido antes.

—Sí, señor.

Jess soltó una carcajada y miró al tipo con malicia para después silbar como si hubiera un perro.

—¿Qué, también te dicen siéntate, da vueltas y hazte el muerto?

Lincoln gruño y dio un paso hacia ella, Ephraim se giró.

—Dije vete, Lincoln. —La voz de Ephraim era baja, pero estaba cargada de advertencia. El hombre apretó la mandíbula y dio media vuelta para salir, no sin antes regalarle una mirada de odio a la muchacha—. No creo que sea prudente que vengas a molestar a mis hombres.

Jess chasqueó la lengua.

—No es mi culpa que tus perros solo sirvan para entretener.

—Esa horrible lengua me recuerda a Sebastian. Ven, siéntate y hablemos —pidió Ephraim señalando la silla frente a su escritorio, mientras él mismo tomaba asiento en la del otro lado.

Jess vaciló solo un segundo, pero fue suficiente para que su padre lo advirtiera. Ephraim sonrió con regocijo. Borrare esa estúpida sonrisa de tu rostro, pensó Jess mientras apretaba los puños y se sentaba.

—¿Y entonces? ¿Para qué haz pedido verme?

—Quiero negociar.

Ephraim alzó ambas cejas.

—¿Qué tienes tú que pueda interesarme? ¿Cuál es tu moneda de cambio?

—Yo.

—Vaya, eso sí que es una sorpresa —mencionó inclinándose hacia delante y posando las manos sobre el escritorio. Jess se tensó.

—Me quedaré aquí, contigo, pero vas a olvidarte de mi familia y de Derek.

Ephraim soltó una risotada.

—Empezaba a preguntarme cuánto más iba a creer ese muchacho idiota que me estaba engañando. ¿Sabes que se hacía llamar Scott? En fin, él mismo me entregó un juguete muy inusual que sirve para obtener la información de cualquiera, siempre supe quién era, díselo si es que lo vuelves a ver.

—¿Entonces qué? ¿Tenemos un trato?

—No lo sé. Cambiar cinco vidas por una... —comentó como si realmente estuviera sopesando la idea.

—Soy un arma, no una vida. Sabes que puedo ser útil para ti.

Mientras padre e hija hablaban sobre el destino de la muchacha como si no fuera más que un objeto de cambio, los agentes de la Compañía Black esperaban ocultos en las sombras la señal para invadir la propiedad; iban dirigidos por el Dragón.

Sin corazón | Legado de sangre IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora