23. Ser lo que más odias

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Sebastian alargó su estadía en la ciudad para mediados del mes de junio una vez estuvo seguro de que Jess había aprendido a controlar su ira y a utilizar los recursos que tuviera a su alcance para defenderse y atacar. Aunque su sobrina trataba de no demostrarlo, él sabía que se había ganado un lugar en el corazón de la muchacha en ese corto periodo de convivencia. Si llegó a su lado como el Dragón, se iba como Sebastian, su tío.

—¿Qué haces aquí? Creí que no tendrías tiempo de despedirme —dijo Sebastian, sorprendido de ver a su sobrina en la puerta—. ¿No deberías estar en la escuela?

—Ayer terminaron las clases. En las próximas semanas habrá papeleo para el certificado y luego la graduación.

—¿Y después? —preguntó con interés. No tenía muy claro hacia donde quería Jess dirigir su vida. Estaba por cumplir la mayoría de edad y sospechaba que la chica no había pensado en el futuro.

—¿A qué te refieres con después, exactamente?

—A la universidad, a tu futuro.

—Mi prioridad ahora es Ephraim. Una vez me asegure que no tengo que vivir huyendo o escondiéndome podré pensar en un futuro.

—Dejar que el odio o la venganza dirijan tu vida no va a llevarte a ningún buen lugar, Jess. Piensa bien que es lo que deseas, quizá el pensamiento erróneo sobre lo que crees que te dará paz termine convirtiéndote en aquello que más odias.

La muchacha sonrió de medio lado.

—Cuando termine con esto, haré que mi madre esté orgullosa de mí. Para ser sincera, no sé si quiero seguir con esto... La Compañía quiero decir. Sé que podría conducirla, pero no creo que sea eso lo que realmente quiero.

—¿Qué fue lo que tu madre quería que le prometieras? Cuando fuiste a buscarme me dijiste que Susan te había pedido algo antes de aceptar que cobraras tu venganza.

—Me pidió que fuera feliz. Me pidió que amara y dejara que me amaran.

—Quizá deberías hacerle caso.

—Lo hice una vez y me traicionaron. Supongo que en ese sentido cometí el mismo error que ella.

Sebastian se quedó pensando y después asintió. Le pidió que lo esperara un momento, fue a buscar algo a su habitación y volvió con algo entre las manos.

—Te tengo un regalo de despedida —dijo tendiéndole una caja metálica en color blanco. Sebastian pudo ver el brillo de la incertidumbre en los ojos de la chica, eso la hizo parecer más joven, menos rota. La hizo parecerse más a quien debía ser. Era triste ver cuán cruel había sido la vida con ella y cuánto la había cambiado.

Cuando Jess abrió la caja vio una daga negra. El arma tenía un anillo en el puño y grabados de rosas y espinas, además contaba con filo por ambos lados. Un arma bonita, pero letal.

—Es bonita —dijo Jess tomando el arma y pasando delicadamente los dedos por la hoja evitando el filo. Luego miró a su tío—. Pensaba que tú eras más aficionado a las armas de fuego.

—Era de Susan. Nunca la usó, pero siempre la llevaba consigo, decía que la hacía sentirse segura. Creí... creí que te gustaría conservarla.

Un nervio tiró de la mandíbula de la chica, cuando los ojos se le empañaron por las lágrimas guardo el objeto y se aclaró la garganta para deshacerse del nudo.

—Gracias.

Sebastian asintió y la abrazó, para sorpresa del hombre Jess le devolvió el abrazo. La chica lo acompañó a la puerta, dudando si alguna vez volvería a verlo. Se despidieron, él fue al aeropuerto y Jess regresó a la casa de seguridad.

Sin corazón | Legado de sangre IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora