Reencuentro.

628 61 18
                                    

El viento empujaba los árboles y las flores silvestres que decoraban todo el entorno de la casita, eran ya las 11 de la noche y la lluvia estaba llegando desde el noroeste golpeando la puerta de la casita y para él la ventana donde duerme con uno de sus compañeros.

El compañero ya estaba dormido, miró la hora en el reloj de pared junto a la puerta. Se asomó debajo de su cama y sacó su maleta negra.
Seguía un poco ligera pero sólo tenía 2 prendas indispensables que ya no utilizaba a diario.

Ella se resguardó, cerró todas las puertas y ventanas como cada noche y en su baño se lavó su cara después de quitar el maquillaje que estaba volviendo a ser cargado y elaborado como antes obligándola a tardarse un poco más; apenas después de secarse con la toalla blanca que estaba a su izquierda y mirarse dos segundos en el espejo todo se tornó negro y la luz de la luna que se colaba por las ventanas de su habitación le guiaron a encontrar su teléfono sobre el tocador y encender la linterna de esta; checó al bebé asegurándose de que durmiera bien y se permitió dejarla sola un momento.
Paseó por la casa para desenchufar todo por seguridad y acabando fue a la cocina a buscar las velas que compró en el mercado la semana pasada, la docena por 70 pesos, era suficiente aunque son baratas y simples que desprenden un olor de cera desagradable que le molesta la nariz, lo preocupante es que le moleste a Irma también.

Dejó las velas en la mesa y buscó el encendedor entre los cajones.

El único ruido era el de sus pensamientos y de los utensilios de cocina chocando entre ellos pero apreció otro sonido aparte de las gotas golpeando a la ventana, los pasos pesados en bota sonaron detrás, giró asustada sabiendo que estaba sola, iluminó todo y nada.

—¿Abraham?—No había respuesta.

Abraham es el velador y a ciertas horas de la noche da una vuelta por los rincones cerca de la casita. Tal vez la lluvia lo agarró y vino a refugiarse, o eso creyó por encima pero si fuese él ya le habría respondido el llamado.

Lo más seguro es que haya sido su propia mente, es ciertamente fanática del suspenso que capaz y su cabeza se formó un escenario por sí solo, total es demasiado buena para fantasear escenarios y una vida imposible con su amor frustrado.
Volvió a lo suyo buscando el bendito encendedor queriendo pensar en otra cosa, como que su madre ya llegará mañana temprano finalmente... No le da nada de emoción ni es reconfortante, es su madre por sangre pero desconoce totalmente a esa mujer, creyó conocerla de verdad, alguien amorosa y familiar pero sólo es otra riquita del pueblo, una blanca más dirían allá pero es lo mejor que tiene ahora y lo único que necesita es aprender del instinto materno.

No pasó ni un minuto mientras pensaba en esos hechos y los pasos volvieron a sonar, se giró rápidamente pero nuevamente no hay nada y la luz volvió. Para alguien paranoico esto no está bien...

Agarró lo primero que vio: un cuchillo de cocina, de los grandes que están al final y siempre está afilado.
Si fuese por ella gritaría maldiciones pero es mejor no despertar al bebé o se va a estresar más.
Casi parece que cuenta sus pasos pero le pone de nervios verse en una situación así. Miró al suelo fijándose en que sus piradas eran lo suficientemente delicadas, el camino al cuarto de lavado ya pintaba un poco de lodo dando unas huellas grandes. En parte quería darse media vuelta y decir no a lo que sea que tenga allí pero suena más peligroso que dar la cara.
Entró y lo único particular era la caja de fusibles abierta, la puerta se cerró detrás de ella y apenas volteó a ver su grito fue silenciado con una mano en su boca siendo empujada con brusquedad hasta llegar a la pared sin ningún golpe, apenas iba a rozar hubo delicadeza y el cuchillo que ya era puro accesorio cayó al suelo.
El hombre escondido miró al suelo y de regreso a ella señalando con otra mano que guarde silencio, total seguía gastando aliento en algo que era en vano.

Podrido🥀; la Rosa marchitó.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora