Capítulo 4

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Desde que el velo de la oscuridad se levantó, el conocimiento de la existencia de otros mundos les ha estado vedada a los humanos.

Su naturaleza destructiva, su inteligencia irreflexiva, promete alterar el balance de la creación. Atacan cuando están asustados, atacan cuando son codiciosos.

Hay fuerzas mucho mayores, seres más poderosos.

No está permitido el conocimiento, pero hay tal o cual excepción a la regla, que lo han conseguido heredado de generaciones, otros miserables que reservaron toda su mala suerte para un encuentro y aquellos que nacieron con dones ya olvidados por sus ancestros e inevitablemente se ven atraídos al desastre.

En un mundo antigüo que aún conserva vestigios de sus orígenes.

Algunos, registrados en pergaminos, como los que JiaShuai sostiene en sus manos, esos que desempolva y descifra; los días pasan mientras reparte su tiempo en las labores como concejero real, en los gajes de amigo y médico del príncipe, en sus incursiones con BamBam agotan los medios para inducirle un pronto despertar y solo queda la espera asentada en el fondo del fracaso.

Impaciencia, incertidumbre, preocupación. No ha podido olvidar el incidente de aquel día.

Sus dedos se deslizan con hambre por el papel, ansiosos de hallar algo que arroje una luz entre las tinieblas. El ramillete de posibilidades se expande y se retrae conforme avanza, pero le molesta la sospecha de aquella apariencia intencionada en tan poca información, como si se estuviese perdiendo de unas páginas arrancadas, de palabras cuya tinta ha sido diluida hasta volverlas irreconocibles, de los trazos en letras que removieron.

Su cabeza entre tanto, da vueltas a lo que pudo haber sucedido durante el tiempo en que su joven señor estuvo fuera de su campo visual. Si estuvo en Dominus o en otro sitio. La naturaleza del demonio que se lo llevo. Aquello que pidió a cambio, si traía alguna consecuencia física, mental o peor, de espíritu, si probó algo que no debía. De haber dicho o hecho algo que enfadara al demonio, aunque el ganarse su favor invalidaba su última hipótesis.

La iluminación era escasa en aquel apartado del archivo donde yacían los volúmenes sin ordenar, demasiado viejos para catalogarlos, demasiado curtidos por el paso del tiempo y la falta de cuidados como para que alguien les prestara atención y se tomara el tiempo de diseccionarlos correctamente. Había desde historias para asustar a los niños, hasta registros de peso hechos por autores medianamente fiables.

Por más que husmeara entre la tinta y la mugre, no encontraba nada consistente, solo retazos mal cortados que no embonaban.

Los días calurosos cedían el paso al otoño, los bosques mudaban sus vestiduras para vanagloriarse en tonos ocres y rojizos, cálidos aunque adoptan un aspecto cansado de quienes ya llevan muchos años de pie; corrientes más frías juegan entre las ramas y barren las hojas sueltas. Todo es más tranquilo y húmedo, esa siempre había sido la estación preferida del príncipe. Un ritual de preparación previo al invierno.

Era un día perfecto para dar un paseo, pero eso no quería decir que no lo fuera también para hacer lo que él, encontrarse allí sentado en los comienzos del jardín, intentando emular el sonido de las hojas al caer, extraer esa melodía tan sutil y delicada a las cuerdas era una total proeza. Servía de distracción a su mente agotada luego de pasar tantos días viviendo bajo los libros, respirando polvo, aroma a tinta y cuero, recreando leyendas en el teatro de su imaginación, uniendo piezas, todas de carácter diferente.

Valía la pena concederse un poco de tregua a sí mismo o eso pensaba cuando vio aparecer a BamBam. Reiría en un primer momento para sí, observando la escena con curiosidad, pues aunque intentaba mantener la elegancia y compostura de sus movimientos, se le notaba la premura en los mismos.

Diábulus • JackBeomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora