Los bailarines: una nueva vida

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Cierta tarde en Baker Street, Clara llegaba de la cafetería. Estaba muy cansada había horneado sin parar y en verdad necesitaba un descanso. Al entrar se encontró con Sherlock cuidando de Rosie.

Rosie Watson era la bebé más hermosa e inteligente. Siempre miraba a su alrededor con sus bellos ojos azules y cuando algo la hacía feliz, respondía con balbuceos cada vez más coherentes y reía impetuosa. Su lugar favorito eran los brazos de Clara y no podía dormir hasta que ella la cargará y se acostaran juntas.

-Pareces muy divertido- dijo ella a modo de saludo mientras colgaba su abrigo.

-Le enseño los principios básicos de la deducción- respondió Sherlock y al darle una mirada rápida a Clara exclamó, -Watson, ya has visto que ella no piensa invertir en ese crédito.

Un balbuceo salió de los labios de la pequeña y Sherlock sonrió victorioso.

-Y díganme detectives, cómo saben eso- preguntó Clara que se acercaba a Rosie para tomarla en sus brazos y darle un beso en sus dorados cabellos.

-Una serie de deducciones depende cada una de su predecesora y aunque al final solo se deben extraer las más importantes para dar una conclusión. Por ejemplo, por el trazo de tu pulgar y el dedo índice sé que no vas a invertir en ese crédito- explicó Sherlock

Clara negó con cierta incredulidad y Sherlock no dudo en continuar, -cuando regresaste ayer de la universidad, tenías manchas de tinta china, nunca la usas. Si no ves a Will Thurston. Además, en el desayuno le comentaste a John que había la posibilidad de invertir en un crédito y que Thurston quería que lo compartieran, pero la caja de té sigue bajo llave en mi cajón y no me la has pedido, así que sé que no vas a invertir en ese crédito

-Sí que estás de buen humor- comentó Clara y tras pensarlo unos segundos agregó, -y no pienso arruinarlo

-Por qué no- preguntó él. Clara le resto importancia con la mano y centró su atención en Rosie.

A la mañana siguiente...

-Ves porque no quería arruinarlo- mencionó Clara mientras ambos viajaban en un auto rumbo a Daibyshire

-En verdad, ir con mis padres les pareció una buena idea- se quejó Sherlock

-A John le pareció un buen gesto y a mí me gustó la idea, además Rosie quedó encantada con ellos la última vez- explicó ella. Y aquello era cierto, Rosie veía en los señores Holmes a dos abuelos que la adoraban por completo.

Sherlock bufó y Clara rio divertida.

No tardaron mucho para llegar a la casa de los Holmes, cuando otro auto se estacionaba.

-Son apenas las 12 de la tarde y esta agonía no termina- se quejó Mycroft que descendía de ese auto

-No hubieras venido- respondió Sherlock

Clara negó e iba a intervenir, pero una voz no se lo permitió.

-No saben lo feliz que me hace que pudieran venir- dijo Astraea mientras se acercaba a sus hijos.

Mycroft dio una sonrisa forzada y Sherlock resopló, serían los dos días más agotadores de su vida. Clara prefirió quedarse callada, y se decidió a disfrutar de la actitud de ambos.

-Cariño, ya han llegado- habló Astraea para el interior de la casa

Thomas Holmes acudió al llamado y no pudo ensanchar su sonrisa al ver a Clara junto a sus hijos, otra vez.

-Siempre es bueno que nos visiten, hijos- saludó él

-Todo está listo, querida- comentó Astraea a Clara

Los Holmes, un Watson y una HudsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora