Capítulo 2

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Joseph despertó por el punzante dolor de sus muñecas y brazos. Notó enseguida que éstos estaban atados sobre su cabeza quién sabe hace cuánto tiempo. ¿Dónde estoy? Parpadeó para enfocar mejor. Reconoció su enorme habitación en penumbras y varias personas durmiendo desparramadas. Lo último que recordaba era haber estado en una fenomenal fiesta en su casa con sus amigos. Parpadeó de nuevo y eso le hizo doler la cabeza horriblemente. Ugh, parecía que se había bebido toda la bodega real.

Y también se le había pasado la mano con el opio. Y con sus impulsos, ya que estamos, a juzgar por la compañía que tenía durmiendo a su lado: un muchacho de cabellos rizados y una mujer rubia que estaba usando su pierna desnuda de almohada.

Oh. Su cerebro había comenzado a trabajar, trayendo a su mente vívidas imágenes de la noche anterior. Estaba moviendo la pierna para despertar a la mujer cuando sintió voces airadas al otro lado de las puertas, pasos fuertes, un par de gritos autoritarios y luego ¡BAM!, las puertas se habían abierto con un golpe.

En el umbral, luciendo un aura completamente amenazante, estaba una mujer de cabello oscuro vestida con el uniforme militar imperial y con el cabello oscuro recogido en una coleta.

Oh, mierda.

Elizabeth Joestar, Lord Comandante del Ejército Imperial, Generalísima Militar, Emperatriz del Imperio Aukastria y -para desgracia de Joseph- su madre, tomó aire antes de gritar:

-¡Joseph Robert Joestar!

-Buenos días, madre-la saludó su hijo con una voz que consideraba dulce y encantadora, cubriéndose apenas su desnudez con la manta de la cama.

-No tienen nada de buenos-gruñó ella, sacando la espada que llevaba al cinto y mirando a su alrededor con desprecio, ordenó-. ¡TODOS! ¡TIENEN EXACTAMENTE DIEZ SEGUNDOS PARA SALIR DE ESTA HABITACIÓN AHORA! ¡UNO! ¡DOS!

Como si estuvieran accionados por resortes, los durmientes (de diferentes géneros y edades) se movieron en la penumbra, recogieron sus cosas y salieron velozmente ante la cuenta regresiva de Su Majestad. Hicieron una reverencia ante la emperatriz antes de irse, pese a estar semidesnudos y con resaca, lo cual era admirable a los ojos de Joseph, pero su madre no se inmutó. Tenía los ojos clavados en Joseph, que ahora comenzó a sudar frío. Apenas quedaron a solas, el príncipe balbuceó:

-Madre, no te enojes, mira, puedo explicarlo.... ¡AAAAAAYY¡

La emperatriz había cruzado la habitación a zancadas y de un golpe certero de la espada cortó las ataduras de su hijo, que se frotó las muñecas adoloridas. Gracias a dios, su madre era una de las mejores espadachines del Imperio, así que nunca estuvo en peligro realmente de que le hiciera daño.

-Báñate y vístete- le ordenó ella-. Y ponte ropa decente que iremos a ver al emperador, que te ha mandado a llamar.

-¿A mi padre? ¿Por una noche de orgía y desenfreno? ¿No estarán exagerando...?

Se calló de inmediato cuando la punta de la espada de su madre rozó su garganta.

-Tus hábitos sexuales nos tienen sin cuidado, Joseph. ¡El emperador te ha mandado a llamar por algo mucho más grave que eso y esta vez no podrás salirte con la tuya!

Joseph se levantó como pudo, cubriendo su cuerpo con la sábana y caminando hacia el baño con piernas y brazos temblorosos. Realmente se había excedido si sus músculos estaban así de agotados.

Deja las drogas, Joseph, se dijo.

-¿Y se puede saber qué hice esta vez? ¿De qué se me acusa?-alegó, sin mirar a su madre.

Diez años en el ejército por tu culpa #caejoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora