Capítulo 8

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Cuando Joseph recuperó la conciencia, se encontró en una cama de hospital, rodeado de susurros y quejidos ocultos detrás de cortinas grises. Se estiró dolorosamente para poder sentarse y servirse un poco de agua, pero en ese momento el enfermero lo vio y lo reprendió.

–Tengo sed– se quejó.

El enfermero le sirvió una vaso de agua y se lo pasó. Luego le quitó las mantas y procedió a revisarlo.

–Disculpa, ¿vino alguien a verme?

–No, capitán.

Eso lo sorprendió. Quizá la noticia de su herida aún no llegaba a Messina y, por ende, tampoco a su familia. Lo alegró, ya que no quería preocuparlos o que le exigieran nuevamente que se retirara del ejército.

–¿Dónde están el capitán Zeppeli y Costello?

–La soldado Costello se encuentra estable, sigue hospitalizada y el capitán Zeppeli no sufrió grandes daños, pero no sé dónde se encuentra actualmente. ¿Necesita averiguarlo?

–Por favor. Ah, ¿y el resto de los soldados?

–Todos se encuentran bien, no hubo bajas.

–Qué bueno.

El enfermero asintió y se fue, no sin antes anotar algunas cosas en la ficha médica del paciente. Joseph dejó el vaso sobre la mesa de su costado y no alcanzó a acostarse nuevamente, cuando apareció la teniente Quattro.

–Oh, hola teniente.

–Capitán– saludó ella, con una inclinación–. Vine a ver cómo estaba.

–Con dolor, pero el enfermero ya se fue, mejor pregúntele a él– dijo Joseph–. ¿Ha visto al tonto e imprudente capitán Zeppeli?

–Sí– dijo ella, vacilante–. El capitán me dejó a mí a cargo de su tropa, puesto que... volvió a la capital. Y no regresará pronto.

Joseph la miró, extrañado. La teniente suspiró.

–El capitán se fue a estudiar medicina, señor. No volverá en unos años, ya que necesita recibir su entrenamiento como médico militar.

Joseph se sintió vacío, extrañamente hueco, como si le faltara un órgano, pero aún así funcionaba. Y fue una sensación que no se apartó de su lado, hasta un año y medio después cuando vio a Caesar Zeppeli de nuevo. Joseph se encontraba de permiso, de modo que decidió visitar a su familia un par de días (en parte porque los extrañaba y en parte para no olvidar quién era) y luego se vistió con ropa común y salió a recorrer su enorme ciudad, infiltrándose entre la gente común como tanto le gustaba hacer.

En sus andadas por los barrios populares, se encontró con un amigo a quien no veía desde hace un par de años, Muhammad Avdol, a quien Joseph llamaba cariñosamente "Mumu". Se había conocido en Araki, una ciudad fronteriza del imperio y "Mumu" lo había ayudado a escapar de los guardias de un comerciante que lo perseguían por haberse acostado con una de sus hijas.

–Dios, qué extrañaba esta cerveza– jadeó Joseph después de darle un buen trago de la primera ronda.

Acababan de llegar a un bar bastante concurrido de la zona y Muhammad eligió la única mesa disponible, que estaba en un rincón del lugar, lejos de la entrada.

–Me imagino. ¿Cómo te ha ido, JoJo? Llevas mucho tiempo perdido por ahí, creí que te habrías muerto, pero luego recordé que de ser así, ya se sabría en todo el imperio.

Muhammad era la única persona que conocía su verdadera identidad. O que al menos la sabía porque Joseph se la había revelado personalmente. El príncipe se rió al oír a su amigo y le contó todo lo que le había pasado desde la última vez que se habían visto.

Diez años en el ejército por tu culpa #caejoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora