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—Ah, Eddie, eso escuece —siseó en un susurro apagado el azabache, apartando su rostro, reaccionando al dolor. Hundió las cejas y apretó los labios, negándose a mirar al pecoso a los ojos

—Lo sé, perdón, pero necesito desinfectar la herida, sino se infectará —respondió a las quejas del más alto Eddie, destensando sus cejas y mirando a Richie con ojos preocupados.

Había ido a la casa del mayor para hablar con él sobre lo que había pasado esa mañana en el receso. Quería disculparse y preguntar algunas dudas que tenía, pero cuando sus nudillos tocaron la puerta creando un sonido seco que resonó por toda la casa, supo que algo no iba bien. Una corriente eléctrica recorrió su espalda y todos sus miedos se vieron agigantados cuando el de gafas abrió la puerta. Tenía toda la cara hinchada y sangrante, apenas podía caminar derecho y se sujetaba las costillas adolorido. Su cabello estaba hecho un desastre y uno de los transparentes cristales de las gafas, roto. La verdad era que al menor se le detuvo el corazón unos segundos y su boca cayó abierta. 

Y así es como habían acabado en esa posición: Richie sentado sobre el colchón de su cama con Eddie entre sus piernas, curando con paciencia y lentitud las heridas del de gafas. El último nombrado tenía que dejar caer su cabeza hacia atrás para que así esta estuviera en el ángulo ideal para que el de pecas pudiera curarle.

Richie no respondió a lo último dicho por el menor y volvió a posicionar correctamente su cabeza, permitiendo que Eddie le colocara una suavidad inhumana el algodón sobre una pequeña raja que se había abierto en el tejido de la mejilla derecha del mayor. Ya había dejado de sangrar y el menor aprovechó el momento para desinfectarla, posando una de sus manos bajo la barbilla del de gafas para mantener a este quieto y que no se volviera a apartar.

—¿Cuánto queda? —preguntó aburrido el de rizos azabaches, moviendo sus ojos de un lado a otro con aburrimiento. 

Eddie resopló hastiado y le miró con ojos entrecerrados.

—Mucho y si sigues hablando quedará aún más —aseguró con tono severo mientras acercaba más su concentrado rostro al de Richie.

El de gafas suspiró nerviosismo ante la cercanía entre el rostro de Eddie y suyo. Podía oler su fragancia a lavanda y su champú de fresas. El castaño se mordió el labio inferior y el bocazas apartó la mirada con urgencia, sabiendo que, si continuaba con esta posada sobre aquel brillante órgano, la tentación de querer besarle ganaría a su racionalismo.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó Eddie después de haber estado callado por más de cinco minutos, limpiando la sangre seca del rostro del mayor. Solo quedaba por desinfectar sus labios y abdomen.

—Ya te lo he dicho; me caí por las escaleras —repitió el mayor sin apartar la vista de un punto fijo justo detrás del menor. 

Richie se negaba a mentir a Eddie mientras le miraba a los ojos.

—Deja de mentirme. Una caída no te pude dejar la marca de una mano en la mejilla —rebatió Eddie exasperado. Odiaba cuando el bocazas le mentía, sentía que cada vez se alejaban más, como si estuvieran en el infinito mar ambos en botes separados; Richie cada vez se alejaba más y él lo único que podía hacer es seguirle, sabiendo que, por muy rápido que remara, jamás podría alcanzarle y tendría que conformarse con observar como el azabache iba desapareciendo.

El de gafas maldijo en silencio, apretando la mandíbula y sintiendo como los delgados dedos del meno acariciaban con lentitud sus mejillas.

—¿Te has metido en alguna pelea? —preguntó con suavidad la voz del de pecas, que había comenzado a mover sus dedos por los pómulos del de rizos azabaches, adorando la sensación de su piel contra la suya.—Aunque eso no puede ser posible, tus nudillos están perfectos, no hay heridas por lo que no te defendiste —se contestó a él mismo, diciendo sus pensamientos en alto.

—No me he peleado con nadie —confirmó el azabache, sonriendo de medio lado y quejándose por el latigazo repentino de dolor que recorrió sus facciones. 

Las manos de Eddie encontraron el comienzo de los rizos del mayor y se adentraron en ellos, masajeando gentilmente la coronilla, aplastando sus dedos en esta de una muy placentera manera. El de agafas cerró los ojos con placer, sintiendo un escalofrío elevar sus vellos.

—Ahh —gimió casi inaudiblemente, amando como Eddie sabía en que puntos presionar y en cuales acariciar—Me gusta —aseguró en un susurro ronco que elevó los pelos de la nuca de Eddie, que se acercó peligrosamente al rostro del mayor, aprovechando que este tenía los ojos cerrados y que no podía ver nada.

—¿Por qué te enfadaste tantísimo con el tema de Bianca? —preguntó muy suavemente el menor, pasando sus manos ahora por la nuca de Richie, que se estremeció y abrió sus ojos, encontrándose de golpe con los del de leves pecas, que escrutaban sus facciones.

—No te lo puedo decir —respondió en un tono bajo, mordiendo su labio interior para no gemir de nuevo al sentir los largos dedos del de pecas explorar su cuello y clavículas.

—¿Por qué? —preguntó confundido el menor, enterrando su rostro en el cuello del mayor. No sabía qué estaba haciendo, su cerebro estaba demasiado intoxicado por la fragancia y la ronca voz del de gafas, que sintió sus mejillas arder al observar lo que estaba haciendo Eddie.

—Porque entonces me odiarías de por vida —le susurró de vuelta, llevando sus manos a la espalda del menor para atraerlo más hacia él. Cuando las rodillas de Eddie tocaron el colchón Richie dejó de ejercer fuerza para moverle.

El de pecas se separó un poco del de gafas para mirarle directamente a los ojos. Mordía el interior de su mejilla con afán mientras intentaba descifrar lo que estaba intentando decir el de rizos alocados.  Apartó un oscuro mechón del cabello de Richie y lo colocó tras su oreja, rozando el tejido de su piel contra el del mayor.

—Soy incapaz de odiarte, Rich —aseguró el menor, observando los profundos orbes ámbar que descansaban detrás de los cristales de las gafas. 

Sus rostros estaban a milímetros y sus respiraciones habían comenzado a mezclarse. Richie ya podía sentir el cosquillo en sus labios y dedos, que deseaban acariciar a Eddie de las mejores maneras posibles.

Y Richie no supo si fue por el brillo tan hermoso que había en la mirada del menor, su sonrisa tranquilizadora, o sus caricias, pero algo le impulsó. Algo impulsó con brusquedad a su cuerpo, haciendo que no lo aguantara más y que, en un abrir y cerrar de ojos, sus labios estuvieran firmemente conectados con los del menor. 

Era mejor de lo que jamás se habría podido imaginar y sintió más que una explosión en su estómago. No sabía cómo describirlo, era como un alivio, una liberación; como si durante toda su vida hubiese estado cargando una pesada mochila y, justo es ese momento, la estuviera soltando.

Y puede que no estuviera bien lo que acababa de hacer. Puede que Eddie le odiara de por vida de ahora en adelante, pero no le importó en absoluto.

Había probado los labios de su Eddie.

Ya podía morir en paz.

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Holaaaaa

Como os dije este capitulito lo publiqué muy seguido al anterior y es en compensación por estar tardando tantísimo en actualizar. Los exámenes me estás comiendo todo el tiempo.

Gracias a todas las personitas hermosas que leéis esta historieta mal narrada y espero que sepáis que os amooooo.

Byeee

La madrina de Reddie~

TRUE LOVE [Reddie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora