Crossing the limits || Lixbin

PRÓLOGO

Mayo, 2018

Estás seguro de que no quieres regresar a casa? —preguntó Matthew.

Félix negó con la cabeza mientras echaba un último vistazo al centro de menores en el que había pasado los últimos dos años. Miró a su tío y trató de sonreír. Matthew era el hermano de su madre. Vivía en Australia desde hacía varios años y las cosas le iban bastante bien. Como él, había sido un chico rebelde y problemático, sin futuro, hasta que decidió abandonar Busan. Quizá, él tuviera la misma suerte.

—No creo que sea buena idea. En ese pueblo nadie olvida —dijo Félix.

—¡Que se vayan al infierno! —replicó Matthew.

Félix sacudió la cabeza y embutió las manos en los bolsillos de sus Jeans. Cada vez que cerraba los ojos, revivía lo que sucedió aquella noche como si solo hubiera ocurrido unas horas antes. Había pasado todo ese día en el sótano de Chan, perdiendo el tiempo, sin hacer nada salvo ver películas de terror y beber cerveza. Cuando llegó a casa y vio el Chevrolet Chevelle de su padre, aparcado en medio del jardín con parte de la valla de madera bajo las ruedas, supo que habría problemas.

Al entrar en la casa, los gritos y el eco de los golpes confirmaron sus peores temores. Su madre estaba presa de un ataque de nervios mientras su padre estrellaba la cabeza de su hermano pequeño contra el suelo. Jeno ya no se defendía y su pecho apenas se elevaba. ¡Dios, solo tenía catorce años! Algo se rompió dentro de Félix mientras contemplaba la escena. Estaba cansado de aquel infierno, de aguantar las palizas y los insultos, de tener miedo cada vez que aquel hombre entraba por la puerta.

Corrió hasta su habitación, tomo el bate de béisbol que guardaba bajo la cama y regresó a la cocina. Tenía diecisiete años y el pánico le atenazaba la garganta. Su padre se enderezó y lo miró con un gesto de sorpresa; después su mirada reflejó un odio profundo mientras se levantaba del suelo con los nudillos ensangrentados.

Esa noche, Félix no había vacilado y había hecho lo que un hombre haría para proteger a su familia.

—Es tu casa, y tu madre y tu hermano quieren que regreses —insistió Matthew al ver que su sobrino guardaba silencio.

—Pero yo no quiero volver. —Respiró hondo—. Ellos están mejor sin mí.
Matt suspiró y le dio una palmada en la espalda.

—Si esa es tu última palabra, entonces vendrás conmigo —dijo mientras abría la puerta del coche.
Félix lo miró sorprendido.

—¿Quieres que vaya contigo a Busan? —preguntó sin aventurarse a sonreír.

—Eres mi sobrino, no puedo dejarte en la estacada. Además, será un favor por otro favor.

—¿Qué clase de favor? —quiso saber Félix con cierto recelo. Hacía mucho que no confiaba en nadie excepto en sí mismo.

—Necesito una persona que me ayude en el gimnasio por las mañanas y en el taller por las tardes. Solo tengo una condición: te mantendrás alejado de los problemas y las drogas. ¿De acuerdo?

—Las drogas no tienen que preocuparte, pero los problemas me persiguen —dijo Félix con voz cansada.

—Pues les patearemos el culo cuando aparezcan. No voy a dejarte, chico. ¿Qué dices, te interesa el trabajo?
Félix estrechó la mano que Matt le ofrecía y esta vez se atrevió a sonreír.

—Me interesa.