CAPITULO 13

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De todas las malas ideas que has tenido hasta ahora, esta es la peor —protestó Changbin mientras bajaba del coche de Seungmin.

Contempló la explanada y los nervios le arañaron el estómago. Camiones gigantescos bordeaban la carretera, camionetas de grandes ruedas y coches tuneados para carreras atestaban el aparcamiento. Se dio la vuelta y estudió el local. Frente a la puerta, una decena de Harleys perfectamente alineadas brillaban bajo las luces de neón del cartel. Tenía una sola planta y las ventanas parecían pintadas del mismo color que las paredes.

—Y por eso va a salir bien —dijo Seungmin, cogiéndola de la mano—. A mí no me vacila nadie, y menos un fracasado.

—Ni siquiera sabes a qué se dedica para hablar así de él.

—No me hace falta.

—Y no te vaciló, fuiste tú, al igual que la apuesta fue cosa tuya. Yo estaba allí, ¿recuerdas? —Se detuvo en secó y tomó aire—. Mira, yo mismo le daré los cuarenta dólares si nos vamos ahora mismo.

—Relájate, ¿qué puede tener este sitio que no tengan otros? —exclamó Seungmin, arrastrándolo hacia la entrada.

—¿Te refieres a algo más que al hecho de que parece sacado de una de esas películas de Carretera al infierno o Carretera 666? Siempre hay un sitio como este, en una carretera como esta —gimoteó.

Seungmin le dedicó una mirada impaciente.

—Deja de decir tonterías. No tiene ninguna gracia.

De repente, la puerta se abrió y un tipo enorme con un delantal blanco apareció jalando por la camisa a otro tipo. Con la mano libre lo agarró de los pantalones y lo lanzó por los aires. El hombre aterrizó como un saco a los pies de las chicos, levantó la vista y los miró. Una sonrisa se dibujó en sus labios e hipó.

—Hermosos, los invito a una copa —arrastraba las palabras, completamente borracho. Su cabeza se desplomó sobre la arena.

Seungmin y Changbin se miraron un instante y sus ojos volaron hasta la puerta. El hombre del delantal se quedó mirándolos al ver que no se movían.

—¿Van a entrar? —les preguntó con cara de pocos amigos.

Los dos asintieron a la vez. Como para decirle que no con aquella cara.

—¡Venga, seguro que no es para tanto! —susurró Seungmin.

—No sé cómo me he dejado convencer —masculló Changbin.

 Entraron en el local. Dentro, el aire era casi irrespirable. Sobre sus cabezas flotaba una densa nube de humo de cigarrillos que se mezclaba con el que se escapaba de la cocina. Olía a algo acre mezclado con alcohol y ambientador, y hacía un calor insoportable. El techo era bajo y los muros estaban decorados con carteles de coches antiguos y matrículas de todos los estados, entre publicidad de cerveza y de bourbon. Una de las paredes lucía una colección de viejos vinilos enmarcados, y fotografías de boxeadores autografiadas.

Los clientes no eran del tipo que ellos solían encontrar en los lugares que frecuentaban. Estaba repleto de camioneros, moteros, trabajadores de la construcción..., gente de paso que buscaba un sitio donde tomar algo que no se encontrara dentro de una máquina expendedora. Un par de camareras serpenteaban entre las mesas, vistiendo unos pantaloncitos cortos y unas camisas a cuadros anudadas bajo el pecho.

—¡Me encanta este lugar! —exclamó Seungmin con una enorme sonrisa.

Changbin lo contemplaba todo con los ojos muy abiertos. Se estremeció cuando un par de tipos —que parecían hermanos de los ZZ TOP, con largas barbas, bandanas de calaveras en la cabeza y chaquetas de cuero, a pesar de que allí dentro podrían estar rondando los treinta grados—, lo miraron como si estuviera desnudo.

Crossing the limits || LixbinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora