CAPITULO 12

976 150 25
                                    

Seungmin dejó sobre la encimera de la cocina una enorme tarrina de helado de frambuesa.

—Aquí tienes, el más insípido y sin gracia que encontré. Cero grasa y ni una pizca de azúcar. ¡Guerra a las calorías! —exclamó con entusiasmo.

Changbin apartó la vista de la pantalla de su computadora y lo miró de reojo. Tras un largo suspiro, se recostó en la silla y se quitó las gafas para frotarse los ojos.

—No voy a perdonarte porque me compres helado. Anoche te pasaste mucho, Seung.

Seungmin puso cara de perrito abandonado.

—Lo sé —gimoteó. Se acercó a su amigo y lo rodeó con los brazos—. Pero ya me conoces, somos amigos desde primaria y... ¡Por Dios, mis skzoo eran tus skzoo, esas cosas no se comparten con cualquiera! Unen casi tanto como la sangre.

Changbin sonrió mientras Seungmin lo zarandeaba con un enorme abrazo de oso.

—No vuelvas a hacerlo, ¿vale? —dijo cuando pudo respirar—. Olvida el tema y olvida a Minho. Es asunto mío. No se pueden pasar todo el verano diciendo cosas.

Seungmin dio un paso atrás y arrugó la frente.

—Eso suena a reconciliación —refunfuñó—. Dime que no lo estás considerando.

—Seung —replicó Changbin a modo de advertencia.

—Tendrás que pedir una orden de alejamiento si quieres que te deje tranquilo con este tema. Minho no debería respirar el mismo aire que tú. —Se dirigió al cajón y sacó dos cucharas—. Un tipo que piensa más con la entrepierna que con el cerebro no merece la pena, Bin.

Changbin sacudió la cabeza con exasperación y volvió a centrarse en la página en blanco abierta en la pantalla de su ordenador. Seungmin se sentó sobre la mesa y destapó la tarrina. Hundió la cuchara y se la llevó rebosante a los labios.

—¿Qué haces? —preguntó con la boca llena de helado.

Changbin cerró el su computadora de golpe.

—¡Nada! Estaba comprobando mi correo —respondió, forzando una sonrisa.

Llevaba un par de años escribiendo de forma constante y ya había sumado un buen número de relatos, cuentos y una novela corta de la que se sentía bastante orgulloso. Soñaba con ser escritor desde los cinco años, cuando aprendió a leer y descubrió que era tan divertido imaginar sus propias historias como leer las de los demás.

En secreto fantaseaba con la posibilidad de convertirse en un escritor famoso, ver sus novelas en las estanterias de las librerías. Pero solo era eso, una fantasía. Su padre esperaba que se convirtiera en juez, como él; o, en su defecto, que estudiara algo «serio» con lo que lograr un brillante futuro. Cuando de pequeño el le hablaba de sus sueños, él se reía y le quitaba importancia, echando por tierra, quizá sin pretenderlo, todas sus esperanzas. Por ese motivo nunca le había hablado a nadie sobre ese tema, ni siquiera a Seungmin.

El timbre de la puerta sonó. Changbin trotó hasta la puerta principal, con Seungmin pegado a sus talones. Al abrir, sus pupilas se dilataron por la impresión. Uno ochenta, pelo rubio, gafas oscuras. El aro que colgaba de su oreja atrapó un rayo de sol y lanzó reflejos que lo dejaron momentáneamente ciego. Parpadeó y recorrió con los ojos los tatuajes de sus brazos. Los chicos como él, así, tan de cerca, disparaban todas las alarmas de peligro. Daban un poco de miedo.

—¿Puedo ayudarte?

—Estoy buscando a Félix —dijo Chan, ladeando la cabeza para ver el interior de la casa.
Hizo ademán de entrar, pero Changbin se movió ocupando el hueco de la puerta.

Crossing the limits || LixbinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora