1.El nuevo vecino

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Capítulo 1

Olivia Rotshild

Siempre creí estar preparada para lo que la vida me pusiera en el camino. Ya saben, relaciones amorosas, mi último año en la preparatoria, sueños imposibles y esas cosas por las que tenemos que pasar los adolescentes, pero en realidad nunca lo estuve, no hasta que tuve que enfrentarme a mi primer desafío de la mañana. Una de las mil alarmas que habia puesto para poder despertarme temprano.

Me frote los ojos con pesades y, rápidamente, me incline hacia mi mesita de noche para tomar el móvil con una mano. La luz de esta me cegó por unos segundos hasta que pude aclarar mi vista y ver la hora en que…

Mierda.

Era la alarma número treinta y ocho.

«Eso te pasa por dormirte tan tarde», me reprendí mentalmente.

Tire el móvil a un lado de la cama y de un respingo, me levante. Apresurada me coloque las pantuflas de dragón que me habia regalado mamá la navidad pasada y estire los brazos para poder despertarme mejor. Tan solo quedaban cuarenta minutos para vestirme, comer cualquier cosa e intentar atrapar la movilidad escolar.

Después de habérmela pasado tirada como un saco de papas todo el “verano”, sentía que esto era demasiado para mí. No quería volver a la escuela, y mucho menos, tener que levantarme temprano todas las mañanas. Aunque, viéndole el lado bueno, volvería a ver a Amber, mi mejor amiga desde hace unos años. La muy desgraciada se habia marchado a Sídney todo el verano, dejándome sola y sin amigos.

Sí, ella era mi única amiga.

Que triste.

A pesar de ello, pude ingeniármelas para que mis últimas vacaciones como adolescente no resultaran tan malas. Me metí a clases de canto y piano con una mujer que encontré por internet. La ilusión que me causo poder aprender, aunque sea un poco sobre música, fue inmensa. Y digo un poco, porque no paso ni una semana, para que la mujer sea internada en un centro psiquiátrico.

Al menos, aprendí a calentar la voz y a tocar “feliz navidad” en piano.

Sin duda, un logro para mi inexistente carrera.

—¡Olivia, más te vale estar lista! — mamá grito desde las escaleras.

—¡Ya voy!

Acelerada, corrí hacia el baño. Me incliné al cajoncito donde tenía mi bolsita de maquillaje y me recogí el cabello en una cola en la misma posición. Al erguirme, pude ver el reflejo de mi rostro teñido de azul en el espejo.

—¿Pero que…?

Me pase los dedos, incrédula, sobre el rostro. Sí, el azul no era producto de mi imaginación.

—Mierda…

Volví a mi cajoncito y empecé a rebuscar la maldita mascarilla que me habia puesto anoche. Ya teniéndola en mis manos, achine los ojos para poder leer las letras chiquitas de la parte trasera del sachet. 

“Mascarilla para quemaduras a base de moras”

Maldije en voz baja y empecé a tallarme el rostro con una esponja de baño. Cinco minutos después, mi reflejo ya no era azul, era rojo. Tenía el rostro muy irritado por la fricción de la esponja contra mi cara.

Al menos, ya no parecía un pitufo. 

Volví a mirarme en el espejo, pensando en cómo solucionar este desastre. No solía utilizar mucho maquillaje para la escuela, pero en este caso, era más que necesario embadurnarme la cara de productos. Me tape las ojeras con corrector, base por toda la cara, polvos y nada más. Rubor ya tenía de sobra. Me até el cabello en una cola y tomé con las dos manos el emblemático uniforme de la escuela Warrol. Una de las escuelas más costosas de todo el país.

Tu eres mi canciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora