Capítulo Cuatro

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Alessandro:

Puedo sentirlo otra vez
¿qué es esta llama ardiente que se
arrenolina dentro de mí?
Es el odio de tantos años que aún no
cesa.
Es tu honor y tu deshonra.
Es tu amor y tu pasión.
Es la luz que reclamas
Es tu perdición.

¿Qué demonios él hacía allí?

Lo envolví entre mis brazos en aquella noche que se veía el cielo oscuro salpicado de estrellas. Soplaba un viento gélido del norte y su cuerpo se estremecía como las hojas grisáceas y amarillentas de los viejos sauces. Cerró los ojos y se aferró a mí, su miedo era tan enorme que parecía confundirse con las mismas tinieblas que nos rodeaban.

-¿Qué sucede? -su voz me llegó como un canto, un murmullo frío, distante e inconmensurablemente triste.

-Calla -le ordené en un susurro.

Escuché detrás de mi cabeza gran cantidad de pasos. Incorporándome sobre un brazo me volví y vi como una luz pálida se dirigía hacia nosotros ¡Mierda! ¡Estábamos jodidos!

-¡No seas rata, Alessandro! ¡Sal de una puta vez! -gritó el cabronazo de John, venía con la mitad de su pandilla.

¿Qué si estaba cagado? ¡No, que vá! ¡Me perseguían siete tíos con porras y pistolas y yo como si nada!

Nos ocultamos y mantuvimos en profundo silencio. Se alejaron las luces, y voces, y seguido de sus compañeros John dio una vuelta y se perdió en la oscuridad de la esquina. Agarré al mocoso insolente de la mano lo que fue la idea más estúpida que tuve en el día porque pegó un gritico de socorro y los grandísimos hijos de puta lo escucharon y regresaron enseguida. El miedo me impidió reaccionar ¡Siete tíos contra dos! Bueno...uno. Ellos hubieran podido disparar o molernos a golpes fácilmente, pero se dejaron dominar por el pánico. Debieron creer que estaba armado ¡Qué suerte tenía!

Tiré del niñato chillón con gran fuerza, y captó la señal. Corrimos tan rápido que casi perdemos los pies, y saltamos un cerco, y nos internamos en el bosque como lo hace un susurro entre las briznas.

Nos arrastramos por las tierras descarnadas, ocultándonos detrás de los robles y los cerros, descendiendo una y otra vez a la oscuridad de la maleza profunda y serpenteante. La noche anterior había caído una ligera nevada, y había rocas, raíces y depresiones ocultas al acecho del descuidado y el imprudente. Los tíos de John nos pisaban los talones, y el pequeñajo comenzaba a agotarse. Nos refugiamos bajo la sombra de un enorme sauce gris, y lo abracé y lo protegí, como si de mi propia vida se tratase. Él tenía miedo a la niebla, las sombras de los árboles, al agua profunda, y a las criaturas del bosque, pero sus temores desvanecían bajo el calor de mis brazos.

Alrededor de la medianoche el paso de los tíos de John aminoró. Comenzaron a  llegar algunos de sus coches y sus motos, y así fueron desapareciendo, uno a uno, cargados de cabrones insatisfechos. Para hacer el más mínimo movimiento esperé a que se fuera el último de ellos.

El sendero corría como un canal pedregoso entre hileras de cedros y un arroyo se deslizaba en hilos entre las piedras del fondo. El mocoso se arrodilló y se enjuagó el rostro en esas aguas negras como la noche. Aún estaba asustado.

Por mi parte, me senté en la gruesa raíz del árbol y bostecé como una caverna. Estaba preocupado, más por Ardah que por mí, y esta somnolencia repentina me era inquietante.

Ojos EmbriagadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora