Capítulo Seis

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Alessandro:

Las aves canturreaban al Sol de la tarde en lo alto de las copas de los viejos árboles, y la nieve resbalaba melancólicamente por las ramas quebradas y estériles que el invierno con su paso había dejado, y caía tenue y se apilaba en el húmedo suelo con tristeza. Había arribado con gran demora al encuentro con los chicos en casa de Ardah, pues el entrenador del equipo de fútbol se halló exigente, y se pasó de largo con los ejercicios y el entrenamiento. Esperaba que no se molestasen por eso.

Crucé avivadamente las calles bajo el cielo gris, y parqueé la moto frente al pórtico de los Wells. No sabía el por qué me carcomían los nervios, un desespero profundo y fatigoso que me incitaba a llegar corriendo, y, por otro lado, a inventar una excusa estúpida y escapar a toda velocidad de allí ¿Cómo un chico tan frágil como las hojas de arce podía hacerme varar en los mares imperecederos de la inseguridad y la confusión?

Armado de valor y blindado por el anhelo de perderme en las grandes y vivaces castañas que aquel niño tenía por ojos, me encausé con la mochila al hombro a tocar el timbre de su casa.

Toqué una vez, y esperé durante prolongados minutos, pero nadie salió a recibirme. Volví a tocar, dos y tres, y cuatro veces más también, y nada ¡Estaba haciendo el tonto! ¿Me habría equivocado? ¡Imposible! ¡Sabía perfectamente donde vivía el niñato chillón! ¿No habría nadie en casa? Poco probable, Cordelia estaba que parecía dinamita por la mañana, no se perdería un encuentro con el amor de su vida por nada en el mundo, y el propio mocoso y sus coleguitas se veían bastante animados...entonces ¿qué cojones estaba pasando allí? ¿me estaban tomando el pelo?

Con una pizca de molestia dejé caer el peso de mi puño un par de veces sobre la puerta, y a los pocos segundos se abrió por mano de una señora, que por su cara rondaría los cuarenta seguro. Su mirada inquisitiva incurrió en mí, y me escrutó sin una gota de vergüenza de arriba hacia abajo. Vale, había conseguido ponerme nervioso porque tanto la desconfianza como el fastidio eran palpables en el gesto de su rostro ¿cuál era su molestia? ¿me veía cara de ladrón o de violador acaso?

-Jovencito, ¿no sabes que la puerta se toca "suavemente" o querías derribarla?

-Disculpe, señora, es que llevaba un buen rato tocando el timbre y...

-Está roto -me interrumpió-. Por culpa de cierto graciosillo, pero eso no viene al caso.

-Oh, no lo sabía -le dije y me llevé la mano a la nuca algo avergonzado.

-¿Se te ofrece algo, muchacho? -preguntó la señora con una sonrisa más falsa que la que yo le había dedicado al calvo de historia británica-. Nada, ¿verdad? -añadió la vieja antipática sin darme tiempo a formular respuesta y se dispuso a cerrarme la puerta en la cara.

¿Qué cojones le pasaba a esa tía conmigo?

-¡Espere! -la llamé-. Vengo a ver a Ardah -dije y ella me asesinó con la mirada.

-No está -me contestó en tono cortante-. ¿Ya puedes marcharte? Se me van a quemar los espárragos que dejé puestos en la cocina.

-Pero...habíamos quedado aquí para preparar el trabajo de historia.

-Ni idea -respondió rápidamente-. De seguro habrás entendido mal.

La risa inconfundible y escandalosa de Cordelia Tribiani estalló dentro de la casa. Sonreí de lado y la vieja me miró bastante nerviosa.

-¡Ay, Mathews, pero que alto dejaste la tele! -comentó con aire inquieto-. ¡Bájala que se oye en la calle y molesta a los vecinos!

-¿El televisor? ¿De verdad, señora?

Ojos EmbriagadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora