Capítulo Ocho

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Ardah

El sol parecía oscuro y el mundo palidecía y se veía lejano. Los vientos susurraban entre las aguas grises que caían del cielo, y las sombras agitadas de los viejos árboles desvanecían la oscuridad que crecía en mí. Un peso me agobiaba el corazón, pues nunca quisiera haber escuchado la voz lóbrega de Thomas, portadora del desprecio, amenazas y engaños, deseosa que me aconteciese el más triste de los males. Aunque todos los hombres estaban condenados a morir yo no era nadie para arrebatarle la luz de su vida y juzgarle por su crueldad y su codicia, ni por sus actos oscuros y desastrosos, porque errores sabíamos cometer todos, y en él pudo haber gran bondad y amor por la vida misma. Ninguna persona vale más que otra ¿acaso no somos todos niños perdidos en la eterna bruma del tiempo?

Me arrodillé junto a Thomas Milani que dormía suavemente en los suelos del parque, al pie de las terribles y alargadas escaleras de piedra que habían visto los últimos segundos de su vida. Su expresión era tranquila, aparentaba descansar de una vida agitada y tristemente corta, y de sus claros y sedosos cabellos surgía una pequeña poza de sangre. Su vida fue como la de una flor que un día brilló con gran hermosura, y fue admirada por todos, y al otro fue arrancada, y se marchitó, y sucumbió al olvido.

Él estaba muerto, y no regresaría a atormentarme jamás. Mi cuerpo se estremeció al azote del viento glacial, terrible e hiriente, y tembló al encomendarle a la memoria que ese cuerpo ensangrentado estaba enparentado con el chico de ojos de cielo. Me inundó un mar de tristeza al saber que ya no podría mirar a aquel que tanto amaba, y me causaba fuego y desvelo, pues los ojos son la abertura a los salones etéreos del alma, y sí él descubría que había tomado la vida de ese que consideraba un hermano, sería capaz de arrancarme con crudeza la mía.

Matt no había sido herido por el disparo, y con gran pesadez se incorporó del suelo húmedo y frío, y bajó las escaleras hasta llegar a mi lado. Me hundió y me apretó en un abrazo reconfortante y mis lágrimas cayeron como desbordantes cataratas al vacío infinito. Sentí sosiego cuando sus ojos de miel me miraron titilantes y me besó en la frente luego de apartar unos cuantos mechones de negro. Matt era el hermano más tierno del mundo.

-¿Por qué lloras hermanito? -preguntó con voz suave, esa que siempre solía usar conmigo-. Vamos, ya pasó...cálmate, ya pasó.

Matt me dio unas cuantas palmaditas en la espalda y me observó con dulzura.

-Lo maté -musité por lo bajo-. Ni siquiera podíamos mirarnos sin hacer una mueca -confesé-. Me odiaba, me detestaba como a nadie...me golpeaba...me humillaba....pero nunca le deseé algo como esto.

Matt frunció el ceño y endureció su voz.

-Si llego a saber eso antes te juro que...

-No digas esas cosas -le interrumpí-. No ahora que ya no está entre nosotros.

-Nadie lo mandó a comportarse como un imbécil. Hiciste lo correcto -sentenció-. ¿No viste como te amenazó, hermanito? Sí ese disparo...te llega a dar a ti...-me soltó y se llevó las manos a la cabeza acongojado-...enloquecería...y no me lo perdonaría nunca...

Sus ojos se clavaron en los míos reflejando preocupación y tristeza, y noté que un nudo crecía y me atenazaba la garganta.

-Lo importante es que me salvaste -dijo-. Nos salvaste a los dos.

-Sigo pensando que no se lo merecía, no de esa manera -dejé escapar un largo y pesado suspiro-. No creo que hubiera sido capáz de matarme....no creo que...fuese...tan...malo...

-Quizá -dijo él y se agachó a ver de cerca el lago rojizo que rodeaba al pobre Thomas-. Aunque era un sinvergüenza...eso de mamá...

-Cálmate -puse mi mano buena en su hombro-. A lo mejor lo dijo simplemente por molestar...no creo que  ella haga...algo como eso...

Ojos EmbriagadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora