La Bala y el Revólver

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En un bar, poco antes del anochecer, una silueta casi estática se ve reflexiva ante las puertas. Colgando al borde de la acera, siente el pasar de los vehículos humeantes como un consejo amable: que no entre, que haga como que no aceptó el trabajo. Más la llamada había sido contestada, mirando desde la ventana de su apartamento ensombrecido, porque la necesidad no hubo sido satisfecha.

El sonido del jazz lento e intoxicante lo recibió tras reunir la voluntad para empujar las puertas, luces amarillas y somnolientas coronaban las mesas, donde hombres y mujeres de aspecto torturado aguardaban el final del día. Un barman yace en la barra al fondo a la izquierda, limpiando vasos con paciencia, sin indicio alguno del cóctel de intenciones que en el taburete aguardaba.

A paso lento, precaución ante la figura quieta pero imponente, el hombre en gabardina y sombrero nadó entre el aroma a alcohol y tabaco. Tras soltar los remos, sabiendo que no habría regreso ante dicha travesía, tomó asiento junto a la dama que paciente le observó llegar.

- Noche fría, ¿no es así, señorita? - la mujer se hallaba cubierta de pies a cabeza entre su abrigo y sombrero.

- Como cualquier otra maldita noche, caballero.

- Los ánimos se ven más bajos que mis aportes al país, según veo- señaló el sujeto antes de quitarse el sombrero. La gabardina no, aunque sintiera que le hervía la sangre estando en ese lugar. Ello no le haría contener la sed que raspaba su paladar. -. Barman, vaso de ron, con un quinto de agua.

- ¿Está buscando parloteo a ver si demora menos en caerse muerto de borracho por ahí? - preguntó la dama, dejando su abrigo sobre sus piernas mientras elegante removía el sombrero. El cabello nevado cayó lentamente por su espalda.

- No, afortunadamente no. Me deshice de costumbres tan poco sutiles hace tiempo, más aún con el escaso éxito que me trajeron. Vea usted sino...

- Será porque nadie que tenga interés en una vida decente y romántica vendría a desperdiciar saliva en un barcito de mala muerte.

- Oh, claro que no. Aunque sospecho que personas como nosotros somos sorpresas para lugares como este. Diga sino es su cabello una novedad bajo estas luces, hasta me hace imaginar que se derrite. - la voz del hombre emitía todo menos interés romántico, porque sabía que ni en sueños podría convivir con semejante frialdad. Pero le gustaba, le causaba mayor embriague que el vaso de ron en su mano llena de cayos.

- Ya me aseguré de disfrutar de esas palabras años atrás, cuando tenían valor. Ahora estos cabellos son puro aspecto, pero me complace saber que siguen llamando tanto la atención de individuos perfumados en corrupción.

- Claro que lo hace, ¿pero corrupción? Creo haber asumido que todo eso quedaría como corresponde, oculto en la nieve, muerto y frío como mis ambiciones de romance. - entonces se llevó el vaso a los labios, disfrutando la caricia calcinante del alcohol en su paladar. - ¿Cuánto más pretende seguir con esto, dama?

- Cuanto sea necesario para ver algo de voluntad, susodicho coraje varonil, en el hombre llamado Jakob A. Blake. - dijo, perforando el cerebro del hombre con su mirada de azul contraído.

- Sepa yo cualquiera capaz de cruzar esa puerta está en plena capacidad de sopesar su encanto, dama. Confío en transmitir cierto toque de confianza.

- ¿Acaso necesitan una habitación? - preguntó el barman, visiblemente confundido. La dama le dirigió la mirada, casi empujándolo sin mover un dedo.

- No, cariño, no será necesario.

- Lo será, pero para conversar como corresponde. - contraatacó Jakob. - ¿Le parece si nos retiramos a un lugar más discreto, señorita Ivy?

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