Quinto Día

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Solshine Bliss

Se disparan las cortinas del mundo,
se ven a esos lóbregos fantasmas asustando,
se escuchan sus lamentos nocturnos reptando.

Quien sostiene la persistencia del nuevo día
no es ni un paria ni una persona que nadie amaría,
puesto los pasadizos penumbrosos del sueño recordaría,
no son sino recovecos que nadie observara ni con un dejo de armonía.

Estrellan y estallan,
bajo el alero de los cuásares;
suspiran y susurran,
ante el concilio de los ideales;
reverberan y reiteran,
sobre el escenario de los pesares.

Garras fatuas repasaron las grietas en el cristal, el sol se arrastró impaciente por la cortina semiabierta, espantada rehuyó la última de las sombras nocturnas la presencia del nuevo día, provocando que Jakob despertase bajo un leve sobresalto. Sus ojos permanecieron paralizados, congelados sobre su eje, intentando hallar un motivo entre las tablas añejas del techo falso. Frío fantasmagórico e inmisericorde fue lo primero que pensó: un frío desquiciado enterrando sus uñas de ultratumba sobre mi piel. Paz, sin embargo, fue lo que arribó una vez la mente exorcizó a los ecos de la transmutación; habiendo regresado al fin, sus sentidos fueron asediados por otro tipo de necesidades.

"Asumo que estarán ahí también, ¿no?" Comentó a la solemnidad, la cual respondió con silencioso asentir, indicando otro objeto que vino a aparecer de la nada. Se imaginó el extraño ensamblaje de la cómoda, llegando pieza a pieza desde algún lugar, pasando de ser una masa de maderas desvencijadas a converger en un precioso mueble ámbar. Lo último, asumió, sería a causa de la espectacular huella de barniz que vestía, convirtiendo las maderas nobles en un cristal, un eco mineral, que difícilmente podría conseguir en su vida. "¿Cómo? ¿En mi vida?"

La asunción surgió por simple acto de inercia, un reflejo del más allá, pero su mente se había desarrollado con cada día: donde hay una reacción, es porque hubo una acción. De quién, se preguntó, pensando que posiblemente no fuera suya. Porque él no tenía recuerdos, salvo los que hubo cosechado en compañía de la dama durante lo que iban siendo cinco noches y cuatro días un cuarto. Más, reconoció, claramente era un asunto de paciencia, y atención.

"Oh, ahora me doy cuenta por qué estás aquí..." Se dijo a si mismo, cuando el olor de su cuerpo embadurnado en polvo, sudor y lágrimas, emanó desde la piel agrietada. Al abrir el cajón de arriba, encontró toallas de cuerpo y cabello, aparte de una de manos. Ya se imaginaba dándole la novedad a la dama. "Hola, tú. Tenemos toallas, aunque ahora que lo pienso, ¿hay una ducha en esta casa?"

Se detuvo a examinar el color del algodón que sus manos sostenían. Blanco, blanco como un pañuelo, blanco como la sangre. El aire se congeló a su alrededor, el eco de una experiencia tortuosa escaló inclemente por su consciencia: su agarre se desapareció por completo, la toalla pareció flotar hasta llegar al suelo. Poco menos de un minuto después, se vio recuperando un grado de incierta serenidad, y disculpándose con el objeto inanimado, se reincorporó.

Echó un vistazo a los otros tres cajones, donde encontró unas prendas que quizá no correspondían. Sí, no tenía mucho sentido que eso hubiera ido a parar en su habitación: nunca había vestido un crop top, ni esos jeans tan manifiestos en cuanto a la figura, y menos todavía, añadió con una afable risita, ropa interior como esa.

Sin embargo, permaneció ahí, observando fijamente las prendas, como su sola visión le hiciera obnubilar. Justificando que hasta entonces tuvo que confiar en las circunstancias para decidir su actuar, bajó las escaleras con lo que le pareció más natural llevar.

La puerta de la dama yacía todavía cerrada, y no se escuchaba nada del otro lado. Debía de estar profundamente dormida, asumió Jakob, así que a lo mejor podía dejarle un buenos días por si amanecía mientras se duchaba. Un par de sándwiches, envueltos decorosamente con una servilleta y descansando sobre un platillo de porcelana blanca, fueron su gesto. Cruzó el umbral hacia la sala de baño, y se miró al espejo.

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