Cuarto Día

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Amanecer al Umbral

Nada restaba, nadie aguardaba.
Inocente sonrisa, invisible sumisa.

Veía a veces flores en el cielo,
veía a veces rostros en el suelo.

Gritaba al cielo, rogando a Dios,
por un rocío de sueños encadenados.
Gritaba al paraíso, rogando al infinito,
por un océano en que ahogarme.

Porque ya no había sentido en contener.
Nadie esperaba ya al próximo acontecer.

La dama caminó atenta hasta el comedor, intranquila a causa de la coloración que tiñó las paredes. Las cortinas parecían estar luchando contra una mano invisible, incapaces de cubrir el paisaje inusual que regaba el desierto. Sus ojos se abrieron más que nunca, a pesar de la hora temprana, al notar el cielo cubierto por una gigantesca mancha: estaba lloviendo. Cerró de golpe la ventana del comedor.

"¡Jakob!" Llamó, abriendo la puerta con rapidez. Él se hallaba observando taciturno por la ventana, como si parte de sí todavía estuviese durmiendo. Las manos se deslizaban delicadas por el cristal, como anhelando sentir la lluvia que azotaba la fachada. "Oye, ¿Jakob? ¿Todo bien?"

"Oh, hola..." Respondió como instintivamente, susurrando. "Esto no es muy usual, cierto..."

"La verdad es que no. Es primera vez en todo este tiempo que llueve." Dijo la dama, acercándose con algo de preocupación. "¿De verdad estás bien? Te noto somnoliento."

"Es que, me siento como tal. Es como si hubiese olvidado cómo controlar mi cuerpo, el tacto de mis dedos sobre las sábanas, el sonido de mi propia respiración." Respondió, para después voltear lentamente en dirección a la dama. "Pero me siento bien, en sí..."

"Eso me parece una vil mentira, pero, no saco nada con insistir. Ven conmigo, preparemos algo para comer. ¡No desayunas todos los días con un paisaje así!" Dijo la dama, incapaz de camuflar su emoción. Su sonrisa contagió rápidamente a Jakob.

"Me alegra haber estado aquí en un momento así, señorita..." Respondió, antes de poner los pies en el suelo. Por poco no le ofreció ella una mano, pero logró pararse de la cama, proveyendo algo de tranquilidad ante la incertidumbre.

El sonido de la lluvia acariciando la fachada era como una melodía. Incluso tras el ruido del impacto, había algo embriagante en escucharlo sin interrupción alguna. Ella conocía el concepto de la lluvia, pero no la había experimentado nunca. Quizá esa era la razón por la que percibió una leve amargura, lamentando no poder realmente sentir lo que una persona ignorante. A veces- recordaba a causa de los pensamientos-, anhelaba poder erradicar todos sus conocimientos. Comenzar desde cero, iniciar esa existencia sin el rencor de las carencias comprendidas.

Más no quiso hallarse envuelta en ideas de tristeza, por lo que sacudió un poco su cabeza, espantando la nube que le rodeaba. Despejada al fin, dirigió su enfoque al exterior. Incluso observando lejos al horizonte, el desierto parecía ser gris y pálido, absolutamente precioso. Se preguntaba si acaso no se iba a hundir la casa, si acaso no acabarían perdiendo su refugio. Pero no tardó en ignorar el asunto. Si ocurría, sería lamentar y ya.

"Ahora es buen momento para tener el polerón a mano." Comentó Jakob en voz baja. "Es un paisaje muy bonito, pero está empezando a hacer frío."

"¿Quieres café?" Preguntó la dama.

"¿Hay café?" Preguntó Jakob de vuelta, abriendo un poco más los ojos.

"Ha habido de hace rato, pero no pensé que quisieras, no con las temperaturas que solemos tener." Señaló ella, pero viendo la expresión sorprendida de Jakob, no necesitó preguntar.

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