VII. Ranas De Chocolate

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Esa mañana recibió correspondencia de Elphias Doge por primera vez desde que se había ido a Escocia, hace más de dos semanas. Lo sorprendente fue que no solo era una carta, sino que junto con ella, venía una caja rectangular blanca.

Toda esa mañana se la pasó ocupado con sus deberes habituales, por lo que no tuvo tiempo de abrir su contenido, hasta en la tarde. Primero leyó la carta, que decía:

Querido Albus:

Antes que todo, unas disculpas por no escribirte durante todo este tiempo, pero el viaje ha resultado un tanto ajetreado, desde el momento que en el tren se perdió mi equipaje por unas horas. Fue un lío recuperarlo, pero bueno, aquí estamos.

Yo me encuentro muy bien, ¿tú Albus?¿qué tal vas? espero que te encuentres un poco mejor, luego de la partida de tu madre.

Te habrás dado cuenta de que junto con esta carta, viene una caja. Recuerdo lo mucho que nos gustaba ir a Hogsmeade y comprar golosinas, pero en especial a ti, así que por eso te obsequio los suficientes para que tengas mínimo para un mes, querido amigo. Aquí en Escocia hay una tienda que los vende, muchos de ellos son los que ya conocíamos, pero algunos otros no, como los dulces de limón. Nunca los había probado, y son buenos, pero en lo personal no son mis favoritos. Aún así, he agregado un paquete para ti.

Prometo volver a escribirte en cuanto pueda.

Mis cordiales saludos.

Elphias.

Al terminar la lectura, dejó el pergamino a un lado y abrió la caja. Dentro estaban las tan familiares ranas de chocolate, grageas de todos los sabores, calderos de chocolate y los desconocidos dulces de limón. Esos fueron los que enseguida llamaron su atención, por lo que sacó la bolsa y la abrió, desprendiendo un olor intenso característico del fruto. Tomó un dulce y lo llevó a su boca. El sabor no estaba nada mal, ni tampoco su aroma tan peculiar.

Dejó los dulces junto con la caja sobre su cama y le escribió una breve carta a su amigo, en agradecimiento.

Cuando terminó y envió su lechuza, puso su orbes sobre las golosinas, pensando con melancolía los días en que se la pasaba consumiéndolos con su amigo en Hogwarts, pero ahora él se encontraba a kilómetros de distancia.

¿A Gellert le gustarían los dulces?, pensó de inmediato. Y teniendo en mente al chico rubio, recordó que tenía que verse con él esa misma tarde para continuar buscando las reliquias.

Una vez en casa de la señora Bagshot, específicamente en la habitación de Grindelwald, se encontraban recostados boca abajo sobre la cama, rodeados de algunos libros y pergaminos por doquier. Muchos de ellos contenían garabatos sobre encantamientos, transformaciones y contra hechizos. También un mapa de todo el mundo, marcado con cruces rojas, que indicaban las regiones dónde sospechaban que encontrarían al menos pistas. Todo eso, mientras Albus compartía con Gellert de sus golosinas.

—Nicolas Flamel —leyó el rubio en un cromo que le acababa de salir en una rana de chocolate—. Algún día tendré mi propio cromo y desearás tenerlo en tu colección, Dumbledore.

—Tú desearás tener el mío a un lado de Flamel —rió.

—De ser así, compraré cientos de ranas para tener todas las versiones posibles tuyas —agregó sin apartar la vista en la imagen del anciano mago en el cromo.

—Me siento halagado, señor Grindelwald —rió de nuevo, sintiendo el rubor en todo su rostro.

—Pero no te emociones, Dumbledore. Yo quedaría mucho mejor en las fotografías —hizo bola un pedazo de pergamino que quedó lleno de rayones porque no le gustaba lo que había escrito y se lo arrojó al cobrizo, riendo.

—Yo no estaría tan seguro, Grindelwald —imitó la acción de su acompañante, arrojando el pergamino a su rostro, sin parar de reír.

Los dos magos se lanzaron uno al otro más pares de pergaminos arrugados, como dos niños pequeños jugando a las guerritas. Sus risas inundaban el cuarto sin parar, hasta que sus estómagos les comenzó a doler y terminaron rendidos en el suelo.

Las risas pararon y todo era silencioso. Ambos se quedaron viendo como la última luz del día oscurecía la estancia. Parecía que Gellert rozaba su mano con la de Albus, poco perceptible, sin embargo, para el cobrizo era algo que no podía pasar desapercibido. Esa vez decidió no apartarla para seguir sintiendo ese mínimo contacto con el rubio. De pronto Grindelwald tomó la mano de Dumbledore, levantándola en el aire, en medio de los dos y comenzó a acariciar la palma de su mano con la yema de los dedos. Por su parte, el cobrizo comenzó a sentir su ritmo cardiaco volverse irregular.

—La quiromancia siempre me ha parecido muy interesante, así como las demás partes de la adivinación. La mayoría la considera inexacta y confusa porque no tienen la visión para ello —dijo manteniendo un movimiento envolvente con sus dedos, sobre la palma de Albus.

—¿Eres vidente? —cuestionó interesado en lo que Gellert decía.

—Sí, pero no siempre todo lo que veo es claro. Es una tarea compleja saber interpretar correctamente lo que se me presenta —miraba la mano del cobrizo con atención.

—¿Puedes ver algo? —juntó el costado de su frente con la cabeza del rubio, para mirar con mejor claridad su mano.

—Esta es la línea del corazón. Esta otra, de la cabeza y la última es la línea de la vida —señaló respectivamente, con toques delicados—. Veo que tienes un corazón muy bondadoso, detrás de toda esa sed de conocimiento y orgullo que siempre busca resaltar. También veo que serás un hombre muy recordado por el mundo mágico —hizo una pequeña pausa y prosiguió— Puede cambiar, pero eso depende mucho de ti.

Para el joven Dumbledore, siempre había resultado complicado el tema de la adivinación. De entre todo el tipo de magia y materias existentes, esa era la que menos le interesaba, pero en el momento que Grindelwald comenzó a hablar, fue tener una perspectiva totalmente opuesta sobre el tema.

Aunque Grindelwald ya no agregó nada al respecto, este siguió sosteniendo con firmeza la mano de Dumbledore, como si deseara interpretar algo más o simplemente contemplarla sin ningún tipo de apuro.

Si era verdad lo que Gellert decía sobre ser recordado por el mundo mágico, de un modo u otro, le causaba ilusión lograrlo con él y por un bien mayor. Esperaba que así fuera.

El chico rubio se puso de pie sin soltarlo de la mano y lo ayudó a levantarse también. Al hacerlo, Albus sintió sus piernas entorpecer y por ende, su peso irse de frente. Su reacción inmediata fue sostenerse del cuerpo de Gellert para no caer, pero claro que las leyes de la física no estaban tan a su favor, pues su rostro quedó a escasos milímetros del contrario.

—Lo siento —el cobrizo rió nervioso con la intención de separarse.

De un momento a otro, Albus sintió que Gellert fue más rápido al posar la mano que le quedaba libre en una de sus mejillas y acortar la poca distancia entre ambos para besarlo. El chico lo besó sin ningún apuro y el cobrizo no hizo más que acoplarse para poder corresponderle. Su corazón latía al mil de felicidad, y aunque el acto lo había tomado por sorpresa, era algo que Albus deseaba como ninguna otra cosa.

Al separarse, el cobrizo sintió su rostro ruborizado y no sabía cómo mirar a Gellert directo a los ojos. Por suerte la habitación carecía de luz, ya que el sol acababa de ocultarse.

—Sé que también querías —dijo el rubio casi en susurro.

—Yo... tal vez —contestó muy apenas—. Pero no deberíamos.

—¿Por qué no?

—Acabamos de conocernos, y somos dos chicos... —alzó la mirada a Gellert.

—¿Qué hay con eso?

—Nada... yo solo... nada —dijo mientras sentía la mirada contraria y sus mejillas arder.

Gellert sonrió con suavidad y no tardó en volver a darle otro beso más breve, el cual fue muy bien recibido. Luego lo vio conjurar un hechizo para recoger el desastre que habían hecho con los pergaminos tirados por toda la estancia. 

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⏰ Última actualización: Oct 19 ⏰

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Masters Of Death «Grindeldore»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora