IV. Reliquias De La Muerte

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De vez en cuando, además de vender queso de cabra, Albus también ayudaba a su hermano a ordeñar las cabras. Bastaron unos días para caer en una abrumadora y amarga rutina. En instantes apareció el rubio en su cabeza, si no fuera por él, probablemente estaría peor y al menos pasar un rato charlando la vez pasada le alegró el día.

No pudo evitar esbozar una amplia sonrisa, mientras cerraba la puerta del pequeño corral donde yacían las cabras. Justo cuando iba a entrar a la casa, escuchó el sonido de una lechuza que le hizo dirigir la mirada hacia arriba y que efectivamente volaba en dirección a él.

«Elphias» pensó, ya que tenía días sin saber de él. Sin embargo, no reconocía al ave porque la de su amigo era tan blanca como la nieve, en cambio la que se acababa de parar en la cerca, era de color marrón claro.

Dio un par de pasos adelante y le quitó el pergamino que traía amarrado en la pata, enseguida el animal volvió a emprender vuelo hasta perderse de su vista entre los árboles.

Desdobló la carta revelando su contenido en el cual se leyó:

Albus:

¿Te parecería si hoy nos vemos de nuevo en el lago? Me gustaría compartir algo contigo, que creo te podrá interesar. Estaré ahí a partir de las 4:30 de la tarde. Espero verte.

Gellert.

Por segunda vez, esa sonrisa de oreja a oreja adornaba el rostro del cobrizo al mismo tiempo que se sentía sorprendido al ver de quién se trataba. Pensó que Gellert había olvidado que el día anterior quedaron en volver a verse, pero claramente se había equivocado. Así pues, dobló el pergamino guardándolo en el bolsillo de su pantalón y miró el reloj en su muñeca que marcaban las tres con cuarenta y cinco minutos. Agradecía que para ese momento no tenía cosas pendientes por hacer. Luego miró la ventana de la cocina que tenía las cortinas abiertas, y presenció una escena no muy común donde su hermano era el protagonista, pues se le veía demasiado cariñoso con su novia. Después de todo, quizá Aberforth ya no requeriría su ayuda.

Cuando el reloj marcó las 4:30 pm, Albus salió de casa rumbo al lago. No tardó mucho en llegar al lugar, pues el pueblo no era muy grande. Al acercarse al lago, se pudo apreciar una figura masculina de espaldas, vistiendo un pantalón negro y camisa blanca, sentado en el césped.

—Así que has recibido mi lechuza —dijo Gellert al notar la presencia de Albus.

—Sí, y aquí me tienes —se sentó a un lado.

El rubio contestó con una sonrisa tenue y después se recostó sobre la hierba. Albus le siguió.

—Veo que te ha gustado este lugar —mencionó el cobrizo refiriéndose al lago.

—Me dan paz los lugares que no son concurridos por la gente.

—Ciertamente sí.

Luego de un largo silencio en el que ambos se quedaron presenciando el paisaje que les brindaba la naturaleza, Gellert decidió hablar de nuevo:

—Pienso que es injusto que los magos tengamos que escondernos por el simple hecho de ser como somos.

—Puede que tengas razón, pero en parte es mejor estar así porque los muggles están acostumbrados a atacar lo que es distinto a ellos —mencionó sin evitar pensar en Ariana.

—Somos dichosos al ser elegidos para tener una responsabilidad de ese calibre. La magia florece sólo en almas excepcionales, y debemos tomarlo a nuestro favor, no en contra.

Dicha respuesta le hizo replantearse esa idea que le forjaron toda la vida, las palabras del rubio sonaban bastante convincentes y quizá era hora de cambiar algo.

Masters Of Death «Grindeldore»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora