Un acto de amistad

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Tres días después de esa noche jugaban el niño y el peluche en el patio de la casa. Entre carreras, saltos y piruetas Wuzy quedó atrapado en una de las ramas del árbol de limón. Al intentar zafarlo cayó al suelo un botón negro era uno de los ojos del oso. Cuando Lucas se dio cuenta empezó a llorar y al instante llegó la madre.

— ¿Qué ha pasado cariño? —

— He roto a Wuzy mamá —dijo con la voz quebrada y los ojos llorosos.

— No te preocupes es solo un peluche —

— ¡Pero es mi amigo! —exclamó mientras corría a su cuarto con el muñeco en brazos. Cerró la puerta y se metió en la cama debajo de las sábanas.

— Lo siento mucho —dijo Lucas ahogado en llanto

— No te preocupes, tú mamá tiene razón, soy un juguete, no puedo sentir dolor —

— Pero estás roto —dijo mientras se secaba un poco sus lágrimas.

Lucas quería arreglar aquella situación y entonces tuvo una idea.

— Espera un momento, vuelvo ahora —dijo dejando al muñeco bajo las sábanas.

De puntillas para no ser escuchado caminó por el pasillo hacia el cuarto de la madre, lentamente abrió uno de los cajones del armario donde mamá guardaba las tijeras. Luego, parado frente al lavamanos del baño, mirando al espejo, sostuvo las tijeras delante de su cara. Tras un movimiento brusco arrancó uno de sus dulces ojos azules y cayeron lágrimas de sangre en el suelo cual cascada.

Lucas volvió al cuarto agarró a Wuzy y se dirigió a la cocina a enseñarle a su madre su acción de amistad.

— Mira mamá, ahora somos iguales —dijo levantando su mano con el botón negro y su ojo izquierdo, y con una sonrisa escalofriante en su carita ensangrentada.







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