Capítulo VIII: Naranja y rojo

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— ¿Me dejas pasar? -—Cecil llamó a la puerta.

Habían pasado 2 días después de la intervención, donde Dalton me ordenó reposo. Cecil desde aquel día no me había dirigido la palabra, ni siquiera cuando el Doctor preparaba sus deliciosos platillos y nos hacía comer en la misma mesa, esperando a que nos dijéramos "Hola" al menos. Esta mañana, Cecil se había dignado a venir a la puerta de mi habitación, lo cual me agarró por sorpresa.

—Bueno, sé que me escuchas, solo venía a decir, lo siento — dijo con voz tenue.

Dalton nos había dado habitaciones separadas, donde por fin podía tener privacidad, una cama con sábanas limpias, y la posibilidad de tomar un vaso de agua antes de dormir. Maravilloso. La única desventaja, es que durante mi tiempo de reposo había estado sufriendo de migraña, pero pude sobrellevarlo bien.

—No lo repetiré, ojalá lo hayas escuchado — volvió a hablar y pude sentir como sus pasos se alejaban detrás de la puerta.

Me levante de mi cama y abrí la puerta, lo cual hizo que Cecil se girara. Los dos nos quedamos mirándonos un momento, de una forma tan casual que parecía que lo hacíamos todos los días. Su rostro seguía como siempre: serio, pero había escuchado que sus palabras expresaban sinceridad cuando se disculpaba.

—Pensé que nunca me hablarías — reclamé a modo de broma, pero después le dediqué una sonrisa con mis labios—, pasa, ¿quieres hablar?

Cecil asintió y cruzó la puerta cerrándola detrás de ella. Caminó a mi cama y se sentó en ella sin más. Yo por mi parte me quede parado, esperando sus palabras.

—En realidad no tengo nada que decir pero, gracias —agradeció con la mirada baja, pausó unos segundos y después siguió —, en el momento que te encontré con vida, allá en el bosque, sentí mucho alivio.

—No es nada—mentí, obviamente fue el favor más grande y arriesgado que hecho—, lo hago por mis amigos. Además si no hubieras llegado de esa forma tan misteriosa hubiera muerto ahí mismo...También me disculpo por alterarme de esa manera el otro día.

La habitación era pequeña y acogedora, pero cuando Cecil estaba ahí sentada, me sentía un poco más alerta. Llevaba años sin hablar con una chica, y además Cecil, aunque parecía mayor que yo, no lo debía ser por mucho. Cecil tenía una cara bonita.

Ella no me estaba mirando a mí, tenía la vista clavada en el cobertor de mi cama, mientras yo no podía dejar de mirarla; de ver sus ojos grises: a veces tristes, a veces enojados, a veces vacíos.

Cecil ignoró mis palabras y cambio de tema.

—Ahora supongo que debo devolverte el favor e idear un plan—dijo poco decidida —, ayudarte a encontrar a tu gente.

Sus palabras, aunque salieron de sus labios sin mucha emoción, me llenaron de alegría, pronto podía obtener su ayuda y conocimiento para volver con mis amigos.

—¿Y ya tienes un plan? —pregunté, deseando que sí.

—No tengo uno aun, pero algo sí: debo enseñarte a controlar a Huma.

—¿Estás de broma verdad?

—No—dijo seriamente—, ahora ambos somos dueños de Huma, nos reconoce y nos obedece; yo no quiero que haya confusiones con eso.

No íbamos directamente en busca de Ginés, pero la idea no me molestó. Además, después de estos días difíciles donde las situaciones desafortunadas me pusieron completamente a prueba, merecía algo más relajado, y que mejor con la mansa y tonta criatura que es Huma.

—Solo por favor no que no me vuelva a tragar—bromeé, pero con una pizca de seriedad. No quisiera volver ahí dentro.

—No lo haré. No lo haré

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⏰ Última actualización: Jul 03 ⏰

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