Capítulo 6 - Noches sin conocer

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¿Qué está pasando con la gente en Venezuela? Pregunto mientras me siento a respirar en mi pequeño lugar de paz. ¿Quizás nunca terminamos de conocer a las personas o será que se dañan en el camino?

Aún me encuentro asombrado por lo ocurrido el fin de semana. No puedo creerlo. No sé qué ha pasado en todo el tiempo que estuve fuera, pero era lo mismo antes de irme. A lo largo del camino, muchas de las personas que creí conocer terminaron mostrando sus verdaderas caras. Poco a poco pensé que aprendí a superarlo, pero una vez más me encuentro más prevenido del que tengo al lado, el que se sienta en mi mesa o al que le doy mi confianza.

Todo comenzó el viernes pasado. Terminé mi curso intensivo universitario y lo aprobé con 19 sobre 20, gracias a Dios. Salí contento y directo a casa, donde descansé y seguí planeando en mi libreta. 

Kevin Mendoza, un viejo amigo con el que solíamos compartir en Montalbán, y varias veces nos quedamos en su casa, ha estado invitándome a tomar algo para ponernos al día desde que regresé. Motivo de reencuentro, pensé. 

El día anterior le había escrito por su cumpleaños y el viernes me invitó a un local relativamente nuevo en la avenida Las Fuentes del Paraíso. Accedí sin mucho problema. Como a eso de las 09:00 pm, luego de cenar, mi papá me dio la cola.

El lugar era a puerta cerrada, detalle que pensé sería bueno porque regula un poco la entrada. No me malinterpreten, hay mucho loco en la calle.

Al verlo, intercambiamos un abrazo de reencuentro y un "¡Hermano, tanto tiempo!". Me presentó a sus amistades. Estuvimos conversando y echando broma. 

La noche estaba buena. Buena música, buena bebida, buenas historias. Fue un rato agradable. A la 01:00 am, una de las amigas de Kevin le envía un mensaje privado que decía: "El amigo tuyo está como simpaticón". Él rápidamente me lleva aparte y me muestra el texto. "Ella quiere algo contigo". Gracias por la invitación Oreana, me siento muy halagado, pero, por el momento, no te encuentro interesante.

Pasan las horas y a golpe de las 3:30 am comienzo a sentirme aburrido. Le digo a Kevin que no quiero seguir tomando. Llevaba un tiempo paseando el trago. 

—Prefiero irme a la casa.

—Te puedes quedar en la mía, sin problema. 

Pensé que sería buena idea porque me evitaría un taxi en horas de la madrugada, lo cual es peligroso en cualquier país, y más en Venezuela. Además, ya lo habíamos hecho anteriormente. No imaginaba lo que estaba por venir. 

Aproximadamente a las 04:00 am, comenzamos a despedirnos. Una vez en su casa, hacemos lo mismo de siempre: en vez de dormir, nos sentamos en el balcón a seguir con cuentos. Me ofreció un trago. Dije que no, pero igual trajo dos. Durante la conversación empiezo a fingir que estoy tomando. Estaba suficientemente sobrio como para saber que no quería más.

No tardó mucho en decir esta frase célebre de macho venezolano: "Ay, mariquita, no quieres beber. Tómate un buen sorbo para que pruebes ese trago". ¡Qué ingenuo por hacerle caso! Fue el único sorbo que tomé y no tardó mucho en hacer efecto. Me noqueó casi como si hubiese tomado un somnífero.

Al quedarme dormido en el sofá del balcón, Kevin me ayuda a encontrar una posición más cómoda. Al poco tiempo, le digo que quiero dormir en la cama. Me llevó abrazado como si no tuviera control de mí. Una vez en el cuarto, me quitó la camisa y el pantalón como si me hubiese vomitado u orinado. 

Cedí sin problemas. No malinterpreté la situación y quedé en bóxer. Él salió del cuarto. No tardé en dormirme, cuando empiezo a sentir que me están quitando el bóxer. Sentí que mi pene estaba a la vista. Estaba asustado y nervioso. Mi reacción fue entreabrir los ojos y ver qué pasaba. Kevin estaba caminando hacia la puerta y, desde ahí, se volteaba y me tomaba dos o tres fotos. 

Manifiesto del seréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora