Artículo realizado por cjoavg
El día de hoy les traemos dos hermosos mitos provenientes de África (relacionados con avestruces) que narran moralejas sobre cómo los hombres pueden —podemos—, mejorar nuestro comportamiento hacia las mujeres (hay casos en los que ni nos damos cuenta de que no lo estamos haciendo muy bien que digamos), y sobre cómo apreciar el inmenso valor que las mujeres ocupan en nuestras vidas.
Empecemos con el primero, un tanto jocoso:
Originalmente las avestruces eran aves de cuello corto, igual que el pato o la perdiz; de hecho, lo que las diferenciaba de las otras aves, más que sus cuellos largos y caídos, era su mala costumbre de ser chismosas por naturaleza. Así fue que un día, un avestruz macho le ofreció a su esposa quedarse toda la noche empollando los huevos para que ella pudiera descansar.
La señora avestruz estaba toda entumecida por haber estado echada sobre los huevos durante varias semanas, por lo que, cuando su marido le hizo aquella oferta, se sintió aliviada y aceptó satisfecha. Estaba brincando de alegría mientras su marido se acomodaba en el nido, pensando en la cantidad de cuentos de los que se enteraría por parte de los otros y las otras avestruces.
Ya entrada la noche, el avestruz macho oyó que su esposa se reía con otro avestruz. Como solo reían, no pudo distinguir si se trataba de un macho o una hembra, lo que le causó muchos celos y mucha molestia. Furioso, se dispuso a levantarse por encima del pasto para acusarla por su comportamiento, pero justo antes de hacerlo, recordó que los huevos quedarían descubiertos, lo que era muy peligroso en plena noche de la sabana africana.
Así que, en vez de levantarse, estiró su cuello por encima de las altas hierbas, pero no logró ver nada. Al darse cuenta de que la alegría de su esposa continuaba, intentó mirar de nuevo. El cuello cada vez se le iba estirando más y más con cada que intentaba espiarla. Ella, disfrutando de su noche libre, correteaba por la pradera con sus amigas y sus amigos, pero él apenas podía ver de reojo.
Así se fue la noche entera, con la alegre avestruz y su marido desesperado, tratando en vano de descubrir el paradero de su esposa. Por la mañana, el avestruz papá se sorprendió al percatarse de que su cuello se había estirado tanto que sobresalía por los pastos de la sabana, que podía ver hacia el cielo y el horizonte, y por lo mismo tenía que agachar la cabeza para poder ver por el suelo en el que andaba.
La avestruz regresó a casa contando tanto chisme del que se enteró, y al ver a su marido con el cuello larguísimo, le dijo: «¿Por qué tienes el cuello tan largo?». Él, avergonzado por su comportamiento que ahora le hacía tener la cabeza en las nubes, enterró la cabeza en la arena mientras se disculpaba con su esposa. Desde entonces, el cuello de los avestruces es muy largo. Tan largo que a nadie sorprende que se la pasen con las cabezas hundidas en la arena.
Este cuento proviene de la bellísima nación de Kenia —uno de mis países favoritos en el mundo entero—. Específicamente de la etnia kĩkũyũ, al sur del país. Fue extraído en su mayor parte del volumen de Mitología Universal para niños y jóvenes de la Biblioteca Pública de Nueva York.
El segundo cuento, un poco más adulto, habla sobre el agradecimiento, la valoración, y el problema de los vicios:Un hombre que era extremadamente pobre; tenía incluso que cazar ratones para comer y usar su piel para poder vestirse. Estaba solo. Tenía hambre y frío, y le faltaba una familia o una pareja que lo acompañara. Por lo mismo, lo único que hacía con su tiempo era cazar y emborracharse.
Un día encontró un huevo de avestruz y lo llevó a su casa para comérselo más tarde. No se creía la suerte que había tenido. Volvió a salir de caza y al regresar, halló un plato de comida servida en su mesa: era carne de cordero y pan. A un lado estaba el huevo roto y una hermosa mujer llamada Seetetelané, que lo miraba con afecto. Seetetalané dijo que estaba sola y quería compañía, que sería su esposa y lo complacería y querría siempre, pero que nunca la lastimara ni la llamara "hija del huevo de avestruz", pues entonces se iría para nunca volver.
El cazador aceptó dichoso y decidió no volver a beber para no cometer la imprudencia de emborracharse y maltratarla en un arrebato de embriaguez. Los días pasaron entre risas y felicidad. Un día Seetetelané le propuso a su marido hacerlo líder de una tribu y él aceptó gustoso. Así, gracias a ella, el hombre obtuvo todo tipo de riquezas, propiedades, servidores, esclavos...
Un día de celebración junto a sus súbditos, después de tener todo lo que sentía que Seetetelané podía ofrecerle, bebió de más y se portó de forma agresiva. Su mujer, al intentar calmarlo, recibió un empujón de él y un grito que decía: «¡Hija de un huevo de avestruz!». El alcohol y el poder lo tenían borracho, y no se dio cuenta ni de lo que hacía ni de lo que decía, pues acababa de romper la promesa que alguna vez le hizo a su devota esposa.
De pronto, todo desapareció. El cazador sintió frío otra vez y vio que todo cuando tenía había desaparecido. Arrepentido, se echó a llorar, pero ya no había marcha atrás. Seetetelané no estaba, y no iba a regresar. Ni las riquezas ni la compañía estaban ya de su lado. Ya no le quedaba más que envejecer solo, comiendo ratones de monte y vistiéndose con sus pieles hasta el último de sus días.
¿Qué les pareció estos mitos? Los leemos en los comentarios.
ESTÁS LEYENDO
Mitos históricos
Fantasy¡Bienvenido, Wattpader! En este apartado hablaremos de mitos históricos que forma parte de la cultura de pueblos y naciones. Ingresa y entérate de extraordinarios mitos y leyendas.