Los Kappa

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Artículo por cjoavg


Cuenta la leyenda que Akiro, una chica japonesa que vivió hace muchos años durante los albores del siglo XX cerca del río Meguro, iba pasando por los alrededores de este de camino al templo de Ryūsenji. Su abuela le había pedido que depositara una ofrenda al Fudō Myōō (el dios de Meguro), y como todavía no era muy oscuro, se sorprendió de sentirse repentinamente asustada, como si algo la estuviera siguiendo.

A los pocos minutos una extraña figura emergió del agua, observándola fijamente. Se trataba de una criatura mitad tortuga, mitad hombre, que no pasaba del metro y medio de altura. Akiro se asustó mucho, pues recordó las enseñanzas de su abuela sobre mantenerse alejada de los ríos para evitar tropezarse con un Kappa; misma criatura que tenía ahora delante de ella.

Akiro, sin embargo, no dejó que el miedo la embargara y recordó el consejo de su abuela. «Los Kappa son criaturas inevitablemente respetuosas de las costumbres humanas». Si alguna vez te llegas a topar con uno de ellos, hazle una reverencia. Como tendrá que devolverte el gesto obligatoriamente, el agua de su sara se deslizará hacia fuera y perderá todo su poder mágico. Así ya no podrá hacerte daño...».

Si bien la criatura tenía una mirada maliciosa, Akiro pensaba que más que feo, era curioso. El Kappa venía acercándose más y más hasta ella, lentamente, mientras tenía una sonrisa bromista; también se frotaba las manos como si alguna broma muy pesada tuviera en mente. Pero Akiro no sólo tenía buena memoria, también era valiente, por lo que no se dejó intimidar, y cuando el Kappa estuvo ya fuera del agua del río y estaba a tan sólo un par de metros de ella, Akiro se inclinó y lo saludó reverencialmente.

El rostro del Kappa cambió súbitamente. De pronto sus ojos se cerraron, las palmas de sus manos se juntaron apuntando hacia arriba, y sus caderas se inclinaron vigorosamente en señal de respeto a la chica humana. Cuando el agua de su sara, ese extraño pozo minúsculo que resguardaba el agua del río en su cabeza, se desbordó hacia afuera, el Kappa cayó adolorido al suelo.

Akiro se asustó mucho también. No sabía qué hacer. Por un lado no quería lastimar al Kappa, pero ciertamente no quería estar en peligro, así que estaba indecisa entre salir corriendo y dejar a la criatura a su suerte, o buscar la manera de ayudarlo. Tomando una decisión sin pensar, Akiro salió corriendo hacia el templo, pero no había dado ni diez pasos de carrera cuando los alaridos del Kappa la hicieron devolverse.

—¡Pobrecito! —exclamó, arrodillándose a su lado—. ¡Por favor, perdóname!

Rápidamente lo acostó sobre sus muslos flexionados y lo puso boca arriba para que pudiera respirar mejor. El Kappa estaba cada vez más apagado. Sus ojos iban perdiendo brillo, y sus escamas color; su cuerpo se sacudía preso de una asfixia agobiante.

Akiro quería salvarle la vida, por lo que de inmediato comenzó a pensar una manera de deshacer lo ocurrido. «¡El agua del río!», pensó con prisa. «¡Debo volver a llenar su sara con agua del río!». Y acto seguido, acostó al Kappa a un lado para ir en busca de agua a la orilla que tenía justo a un lado. Por suerte, tenía un pequeño tazón con flores en sus manos: la ofrenda al dios de Meguro que su abuela había encomendado.

Akiro no lo pensó más y se deshizo de la ofrenda para poder llenar el tazón con el agua. Aquello le iba a traer graves problemas con su abuela y posiblemente un castigo por parte del dios, pero aun así, la chica no quería quedarse de brazos cruzados mientras el Kappa sufría. Ya una vez con agua en el tazón, corrió hasta la criatura y, sentándolo para que el agua no se desbordara otra vez, dejó que el agua cayera sobre su cabeza.

Al cabo de unos segundos, el Kappa estaba otra vez sano y salvo, y aunque Akiro no se lo esperaba, le estaba eternamente agradecido. Rápidamente se levantó al mismo tiempo que ella y le habló en idioma humano. Akiro entendía cada palabra que la criatura le decía:

—Los Kappas somos muy inteligentes, y como sabrás, la inteligencia también hace que a veces uno se aburra más que de costumbre. Es por eso que nos gusta hacerle bromas a los humanos —explicó—. Pero normalmente no nos gusta hacerles daño... Y tú has decidido ayudarme, incluso cuando mis intenciones no eran buenas...

Akiro soltó una risa jovial y alegre ante la rareza de la criatura. Una vez más, el Kappa le habló:

—Por ello te estoy eternamente agradecido, niña. Si me hubiera topado con un humano indiferente, habría muerto. ¿Cómo te llamas?

—Akiro —respondió ella.

—¡Ah, Akiro! Pues muchas gracias, Akiro. Dime, ¿hay alguna forma en la que pueda ayudarte?

La chica lo pensó por un minuto antes de contestar.

—De hecho sí, señor Kappa —contestó—. Tenía que entregarle una ofrenda a Fudō Myōō, pero para poder salvarle la vida tuve que echarla a perder. Si pudiera ayudarme a hacer una nueva con su magia, nos ayudaría muchísimo a mí y a mi abuela.

El Kappa asintió diligentemente; fue tan reverencial que por poco vuelve a echar el agua fuera de su sara.

—Te ayudaré de una mejor manera —contestó—. Conozco al maestro suijin de Meguro, el dios de este río. Te prometo que la próxima vez que lo vea le contaré lo que hiciste y le pediré que hable con Fudō. De esa manera, tú y tu abuela siempre estarán bajo la protección del río y del dios de vuestro templo, además, por supuesto, de contar para siempre con mi amistad y mi cuidado...

Akiro suspiró aliviada y regresó corriendo a casa de su abuela para contarle lo mucho que había aprendido de los Kappa y del extraño amigo que acababa de hacer.

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