63- Olivia.

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 Olivia quería hablar con su familia, pero una vocecita le decía que no podía forzarlos a ello, sería como castigarlos.

Ellos habían tenido casi una semana, cinco días, de luto, a decir verdad, esperaba que la herida de su... accidente todavía siguiera abierta porque no quería abrirla otra vez.

Sentía que le hervía la sangre de tantas preguntas que bullían en su interior, Darius podía dárselas, mamá también ¡Y Abbi! Olivia tenía tantas ganas de abrazar a Abbi, de verle su sonrisa amigable y tocar la suave piel de sus bracitos.

Reflejo les dijo que entraran por la ventana, que había una llave escondida en las flores del cantero que usaba la hija del coleccionista para invitar a sus amigos a beber al taller de su padre.

Entraron.

Había una recepción oscura con un sillón de bordes angulosos a un costado, al final se ubicaba un escritorio ancho flanqueado por plantas en maceta a las que le faltaba agua. A la izquierda del escritorio había una puerta que conducía a un quirófano también en penumbras. Olivia era atendida por los mejores médicos cirujanos de Reino, por lo tanto, nunca había visto una sala de consulta de la plebe.

Era horrible, había una placa de quirófano con mesillas y herramientas para cirugía al mismo lado de una cama acolchonada y sucia para atender enfermedades menores. Era la misma sala para niños, adultos y ancianos, para cirugías y tratamientos. La cerámica del suelo estaba desgastada, casi lijada en las junturas por la cantidad de pies que habían caminado allí con el correr de los años.

El hospital de Reino era solo para los que podían costearlo, el resto iba a barberías como las del coleccionista. Los nigromantes eran magos oscuros que invocaban espíritus si estaban en contacto con sus cadáveres. Era por esa misma razón que se le daba bien preservar miembros o todo lo relacionado a las viseras.

Cruzaron una con cortina de plástico y llegaron a su taller de arte que era un refrigerador del tamaño de una habitación. Las paredes lisas de metal tenían una cascara de hielo. Había títeres a medio ensamblar de todos los tamaños y formas, colgando de ganchos o en estantes. Uno en particular llevaba una máscara de tela con botones en lugar de ojos y miembros peludos de híbridos que habían tenido la mala suerte de perder sus extremidades por accidentes o desatinos.

El recinto estaba helado y dentro tenía muebles metálicos forrados por una capa de escarcha como cajones, estanterías o aparadores.

Kaldor no se impresionó por los cadáveres convertidos en títeres, siguió las indicaciones de Reflejo y Jora con diligencia. Sacó de un cajón, que al abrirlo despidió una nube de vapor helado, un frasquito con la medicina para Río. Agitó el frasco frente a sus ojos y sonrió. Estaba muy sonriente desde que había recuperado a Cer y al reflejo.

A Olivia le hubiera gustado tener el don de Kaldor, saberlo todo con tan solo preguntárselo a un espejo nítido. Pero no lo tenía ni lo tendría, papá odiaba los espejos, decía que Olivia no debía verse en ellos, nunca la dejó, pero la niña tenía dagas escondidas y en ellas veía todo lo que necesitaba: había una pequeña vacía y enojada observándola con desdén del otro lado.

Olivia lo miró cuando guardaba el frasquito en el bolsillo de su uniforme de preso, esperó a que él se volteara y abriera un armario cuadrado y metálico. Ahí estaban los miembros colgando en perchas, de todos los colores, tamaños y formas.

Se acercó con curiosidad, él entendió el gesto y permitió que ella corriera los brazos, manos o piernas como si fueran prendas para vestir, no solo lo hacía con temple también con naturalidad. Kaldor la miró anonadado, como si pensara que Olivia había tenido a lo largo de su vida contacto con cadáveres.

Tu muerte de abrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora