La roca del suelo y las paredes también era vieja de ese lado, podía verla seca, erosionada, de color gris, nada sofisticado porque todo el dinero se había usado en ese palacio real y en los jardines.
Se paró de rodillas en el borde de la fuente de aguas doradas y pacíficas. Había tenido sueños alocados en donde nadaba como si fuera una piscina o donde meaba sobre su diosa acuosa. Pero al estar parado frente a aquella cosa comprendió por qué nadie lo había hecho antes. Eran majestuosa, por primera vez Kaldor sintió que no tenía deseos de romper algo, romperlo hasta dejarlo igual de roto que él.
Resplandecía y liberaba calor, incluso emitía un leve murmullo como el motor zumbante de un auto aproximándose a toda velocidad por una sucia carretera. Su superficie era como un espejo, se pudo ver, aunque todos los colores de su proyección eran ocres y opacos ahí estaba él. Nítido. Claro.
Tragó saliva. Ese adolescente no se asemejaba en nada al niño que recordaba.
Su rostro parecía el de una chica, eso lo molestó un poco, tenía rasgos pequeños y finos, aun así, no era feo. Su quijada estaba marcada como si fuera el canto de una mesa, tenía la barbilla bifurcada ligeramente, dos ojos verdes chispeantes, unas cejas oscuras, cabello revuelto y rubio, un poco de pecas sobre su nariz y unos labios largos pero estrechos.
Era fornido.
Se extrañó. Había creído que era mucho más monstruoso, pero se veía como los demás jóvenes del salón. Su aspecto era el de un humano. Hasta que una mancha latente, como un corazón se desplazó de su cuello, reptó y subió como una burbuja hasta el entrecejo donde le dio un fuerte dolor de cabeza. Una punzada en el cráneo lo arrancó toda idea esperanzadora. La mancha, desquiciada y enervada, rodó por su oreja y se vertió por la piel de su espalda.
Sus manchas solo dolían cuando estaba muy nervioso.
De repente no quiso observarse más. No quería saber que se veía igual que el resto, porque no había vivido como ellos, solo por mala suerte, por su destino.
—Kaldor. Kal. Mi amigo. Tanto tiempo —Sonrió reflejo con su mueca histérica y odiosa, tenía odio para él y para el mundo—. Estuve tantos años solo, solin, solito. Te extrañé tanto. Creí que enloquecería sin nadie con quien hablar ¡Enloquecería!
Kal alzó la comisura de su labio izquierdo, tal vez él también lo había extrañado.
—Pregúntame algo y te lo diré —suplicó Reflejo—. Lo que sea. Pregunta ¿Quieres saber qué pensó Fany antes de morir? ¿Quieres conocer qué será de esa chica linda que se sienta a tu lado? ¿Qué piensa Rex de ti? Pídeme lo que sea que te hiera y te lo susurraré para ti.
—¿Cuál es el mayor miedo de la rei...
—¡Basta! —ordenó la reina con un atronador grito, estaba de espaldas a la multitud, vigilándolo a él—. ¡Sin preguntas, cosa!
Unos guardias, sin saber de dónde habían salido caminaron, por el pasillo con espadas y rifles, dispuestos a detener su contacto con reflejo o a detener su vida. Kaldor apretó los puños. Siempre alguien de allá arriba se interponía para cortar su contacto con Reflejo.
Cuando era niño, en la correccional solían adorarlo a él y a su don porque antes la gente creía que era un regalo y no una maldición. Todos le pedían que hiciera preguntas a Reflejo. Era como un Oráculo o un Vidente, primero fueron los guardias, preguntaban cómo estaría de salud su familia, qué ocurriría en el futuro, a qué número apostar, qué secreto le ocultaban sus hijos, si aprobarían en tal examen y entre otras banalidades. Incluso le regalaban espejos de todo tipo.
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Tu muerte de abril
FantasyKaldor no pudo dormir en toda la noche ¿Cómo podría? Mañana es el día más afortunado de toda su vida, de hecho, el único que tendrá: por fin saldrá de prisión, lugar en el que lleva encerrado desde que nació. Olvidado y condenado por el destino de...