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Seungmin y Jeongin rompieron su noviazgo, lo hicieron por cuestiones que ni siquiera ellos mismos quisieron admitir. Después de su ruptura, desapareció cualquier vínculo entre ellos. Unos cuantos años después...
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10:25 p.m.
23 de agosto, 2019«
Jeongin se observaba frente al espejo de su habitación. Minuciosamente, acomodaba las hebras que sobresalían de su cabello azul. Después de alisar su cabello, se miró por undécima vez y, finalmente, sonrió con demasiada complacencia.
—Qué guapo soy —presumió con altanería.
Adoptó distintas posiciones para comprobar el perfecto estado de su bruñido atuendo: los pantalones petroleros que usaba se ajustaban perfectamente a sus muslos; su camisa negra con corte uve dejaba a la vista sus marcadas clavículas; se veía seductor con el flequillo ligeramente echado para atrás; el bálsamo hacía relucir sus encantadores labios; y, por último, el maquillaje ligeramente gótico en sus párpados le daba un aura de seductor salvaje. Seguramente, las chicas se desmayarían a su paso. Sí, seguramente lo harían. Nadie podría resistirse a su sibarítico encanto.
—¡Yang Jeongin, si no sales ahora mismo de tu habitación, te juro que iré a buscarte con la chancla en la mano! —gritó exasperada su madre, desde el primer piso. Se encontraba impaciente.
—Ash, enseguida voy, vieja.
—¿Qué dijiste, mocoso?
—Que enseguida bajo, mami —replicó Jeongin, y dejó salir un bufido de irritación.
¿Por qué su madre no podía entender que la belleza requería su tiempo? Además, ¿qué necesidad había de que los vecinos se enteraran de sus conversaciones. Realmente, no podía comprenderla. Pero, bueno, tampoco es como si tuviera el derecho de llevarle la contraria a su madre. Por consiguiente, luego de mirarse por última vez al espejo, agarró con desgana sus maletas y bajó al primer piso.
—Aquí estoy, mamá. ¿Ya estás feliz?
La mujer miró a su hijo con una mirada suspicaz.
—No sabía que íbamos a ir a una discoteca —dijo la señora Yang. Parecía disgustada—. Creí haber sido bastante clara contigo al decir que vamos a tu nueva escuela, y NO a una discoteca. Corre a cambiarte esa ropa tan indecente.
—¡Pero, mamá, dijiste que cuando fuera mayor de edad me dejarías vestir como quisiera!
—Corrijo: mientras viva bajo el mismo cielo que yo, usted, señorito Yang Jeongin, tendrá que obedecerme.
—¡Nunca me dejas hacer lo que quiero! —protestó, haciendo un puchero, que no sirvió de nada. Inevitablemente, tuvo que cambiarse de ropa. Al final, su atuendo siniestro y seductor fue sustituido por un pantalón normal y una camisa blanca, muy ordinaria para él.
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Si Jeongin hubiera sabido un año atrás que sus descuidos lo llevarían a ser expulsado de su escuela y a repetir curso, no se hubiera dormido todas esas veces en las clases de Matemáticas; tampoco le hubiera llevado la contraria a la profesora de Literatura; ni le hubiera levantado la falda a aquella chica; y mucho menos le habría robado la peluca al director. Pero, como todos saben, es imposible predecir el futuro; así que Jeongin no detuvo sus andanzas y terminó como terminó: siendo llevado a una nueva escuela, que, por cierto, había sido la única institución a la que pudo entrar con sus ínfimas calificaciones.
