Los días comenzaron a pasar más rápido que de costumbre a partir del incidente de Sergio. En un abrir y cerrar de ojos ya estábamos a mitad del mes de julio y se estaba acercando mi cumpleaños.
Sí, según me habían dicho, era por eso que al nacer me habían puesto el nombre que llevaba: en honor al mes en el que había nacido. Coincidentemente, mi hermana había nacido una fría mañana del diecisiete de abril, siete años antes que yo.
Ese fue tema de debate dentro de mi propia conciencia a lo largo de mi vida: ¿qué habría pasado si hubiera nacido en otro mes? Hubiera sido un poco raro nombrarme así, ¿o no? "¡Noviembre, a comer!". Ugh, no. Raro. Muy raro.
Pero, en fin, pasando a cosas más importantes que mis debates privados, la semana que tenía Sergio para calmar un poco sus temores pasó por nuestro lado como un simple suspiro del viento. No quisimos preguntarle nada, ni siquiera tocarle el tema durante esos siete días para no ponerlo más nervioso, pero yo estaba seguro de él pensaba en ello de todos modos. Aunque trataba de ocultarlo, se le notaba detrás de los ojos.
Cuando, el martes de la semana siguiente después del recreo, nos dirigimos al campo para la clase, Guillermo, Steph y yo evitamos mirar a Sergio a escondidas para no ponerlo incómodo y nos dispusimos a actuar como si fuera una clase común y corriente, cosa que no era difícil para los tres, ya que eso era. Era Sergio el que estaba a punto de vivir una experiencia nueva.
Como cualquiera hubiera predicho, el entrenador no vio mejor opción para tenernos en movimiento durante dos horas completas que mandarnos a ejecutar diferentes series de ejercicios, después de las quince vueltas acostumbradas de calentamiento por el campo, por supuesto. Estiramientos, saltos, rutina, cosas a las que ya estaba acostumbrado, me desconecté a tal punto de todo lo que estaba haciendo que apenas tuve tiempo para analizar cómo la estaba pasando Sergio, que se había colocado a mi lado en silencio. La única vez en que me detuve a mirarlo, él tenía el rostro totalmente colorado y la respiración dificultosa, cosa que no era rara. Lo raro era ver a alguien que no se hubiera puesto así por el ejercicio.
—¡En parejas, muchachos, rápido! —gritó el entrenador después de pasada la primera hora, precedido por el estridente chillido de su silbato.
No daba ni una sola indicación sin silbatear. Ese sonido chillón y molesto era como parte de su idioma.
Ante la indicación, me giré hacia Sergio, que era a quien tenía más cerca. Pareció entender al momento lo que yo quería, porque se me acercó y me palmeó el hombro, dándome a entender que, en efecto, haría los ejercicios conmigo.
Estos ejercicios no fueron nada del otro mundo: más saltos, rodamientos, carreras, un par de series de contrapeso. Mi hipótesis de algún tipo de reserva de Sergio acerca de su propia capacidad para los deportes quedó anulada en su totalidad y eso lo supe con solo mirarlo, parecía saber muy bien lo que hacía. Lo único anómalo que quizás podría rescatar fue un pequeño accidente, un resbalón sin importancia que casi lo hizo besar el suelo con la nuca, pero logré sujetarlo a tiempo rodeando su cintura con mis brazos y lo atraje hacia mí antes de que algo malo pasara. Vamos, no quería que recordara así su primera clase de Educación Física en el año.
—Ten cuidado, amigo —advertí.
Sentir su espalda tan unida a mi pecho me llenó de una calidez extraña y un tanto aterradora. De la cabeza a los pies me recorrió una descarga eléctrica que me obligó a soltarlo.
—Gracias —dijo él, incorporándose con un hilillo de voz.
De ahí en adelante, de manera automática, fingimos que ese momento no había existido y seguimos tranquilos con nuestras vidas.
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Del otro lado ©
RomantikJulio es un chico de quince años que cree tener las cosas claras hasta que conoce a Sergio, un chico peculiar al que no puede evitar observar. *** Cuando Julio conoce a Sergio, le parece raro de inmediato. Sergio parece desorientado, asustadizo y de...