Ese día llegué impresionantemente temprano a la escuela. Iba con mi hermana, así que había tenido que salir de casa antes de lo esperado. Ella siempre había tenido un hábito bastante extraño a mi punto de vista. Incluso hasta ahora, le parece un crimen levantarse después de las cuatro treinta de la mañana.
Estaba lloviznando. Lo recuerdo porque una gota con forma extraña cayó sobre una de sus botas y ella trató de hacer un chiste respecto a eso. Creo que lo hizo porque llevábamos todo el camino callados y parecía que se nos extinguiría la voz por falta de uso.
Noté que me miraba a escondidas, pero no dejaba que mis ojos la encontraran espiándome. Cuando me miraba de esa manera yo me sentía siempre como un verdadero villano. Tenía la clara sensación de que yo le había hecho algo terrible y era solo una víctima mía.
Había veces en las que ella parecía menor que yo, por más que era seis años mayor. Mi hermana siempre había sido muy alegre y muy dulce, y esas eran algunas de las razones por las que yo la adoraba y era una de mis dos personas favoritas en el mundo entero. De verdad se estaba esforzando por hacer que la situación fuera un poco menos tensa y yo le agradecía por intentarlo, pero por desgracia yo tenía muy claro que aquello no tenía arreglo ni solución.
Solo cuando estuvimos a un par de casas de la escuela ella se animó a decir otra cosa.
—Papá te ama... —No me miraba, como si temiera que mi mirada le fuera a quemar—. Lo sabes, ¿no?
—Pues qué bien lo oculta. —Me percaté solo entonces de que mi voz estaba ronca.
—Julio... —suspiró mi hermana con un tono maternal que había heredado de mi madre.
Esta vez posó sus brillantes ojos azules sobre mí. Nos detuvimos y ella se puso cara a cara conmigo, apartó un rizo de mi frente y aguzó la vista. Le gustaba observarme de esa forma, como si yo todavía fuera el pequeño de cuatro años al que ella defendía cuando hacía alguna travesura. Por ese entonces yo tenía que mirar hacia arriba, lo recuerdo, la veía como mi heroína. Pero otra de las razones por las que lo hacía era porque me encantaba mirar lo bonitos que eran sus ojos.
En cuanto a rasgos heredados, mi hermana Abril había tenido más suerte que yo. Ella había sacado los ojos de mi madre (azules, del color del cielo más despejado) y el color de cabello de mi madre, castaño claro. Era muy hermosa incluso desde que nació. He oído a varios tíos a lo largo de mi vida decir que cuando la vieron de bebé por primera vez creyeron con total devoción que era un ángel. Además, era la primogénita, así que fue un éxtasis su llegada al mundo.
En lo que fue creciendo, se fueron evidenciando más sus parecidos con mis padres. Tenía los dientes y las manos de mi madre, pero la nariz y las pecas salpicadas graciosamente en su pálido rostro le pertenecían a mi padre. Supongo que cuando se enteraron de que yo iba a nacer, todos mis tíos esperaron otro ángel. Y cuando me vieron... apuesto a que pensaron que debía haber un error.
Saqué los ojos negros de mi madre y los rizos azabaches de mi padre. Mi nariz es la de mi padre, sí, pero toda la reserva de chispa y belleza de los genes de la familia se la llevó Abril.
No ocurrió eso de que durante nuestra infancia hubiera algún consentido. Una vez que los familiares y parientes se hicieron la idea de que yo de verdad era hijo de mis padres, desde el fondo de sus corazones llegaron a quererme.
Y ahí estaba mi hermana, años después, mirándome como queriendo ver a través de mí, como queriendo hallar al pequeño que siempre le decía la verdad.
—Sigo pensando que te queda bien el cabello largo, ¿sabes? —dijo con una tierna y nostálgica sonrisa.
—¿Ah sí? Es curioso que lo digas, porque papá dijo que...
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Del otro lado ©
RomanceJulio es un chico de quince años que cree tener las cosas claras hasta que conoce a Sergio, un chico peculiar al que no puede evitar observar. *** Cuando Julio conoce a Sergio, le parece raro de inmediato. Sergio parece desorientado, asustadizo y de...