<<Te llamas Julio. Tienes un padre homofóbico, una madre encantadora y una hermana extraordinaria. Al parecer estás enamorado... su nombre es Sergio. Y no puedes más de la paz porque no habías estado tan seguro de alguna otra cosa en tu vida>>.
Esa era la única idea que ocupaba mi cabeza mientras la sangre se me subía a la cabeza producto de la gravedad. Por algún motivo, estaba en el tejado de Sergio, a su lado, colgando de cabeza como él me había enseñado a hacer. Hacía algo de frío, pero estaba bien. Era cómodo y era seguro.
Después del beso que habíamos compartido hacía un rato, todo había fluido de forma casi automática, como si hubiera estado escrito. Nos habíamos separado y, con una sonrisa estúpida, habíamos vuelto a caminar calle arriba, juntos como acostumbrábamos. Llegando a la parada de autobuses, yo había seguido a Sergio por su ruta y él no se había opuesto. Prefería eso que volver a casa. Estar con él nunca se había sentido tan seguro.
Al llegar a su casa, habíamos dejado las mochilas en el suelo antes de subir al tejado. Desde ese momento, habíamos estado ahí, compartiendo compañía y silencio, mirándonos y sonriendo con complicidad de vez en cuando. Mi sosiego no conocía límites y me embargaba a tal punto que no conseguía formular oración alguna en mi cabeza. Lo podía entender todo: por qué no había conseguido sentir nada en todo el tiempo que llevaba con Abigail, por qué me había sentido con ella tan raro, tan fuera de mi lugar... lo único que me producía una molestia diminuta era el hecho de no poder recuperar todo el tiempo que había perdido fingiendo.
—Julio... —murmuró Sergio casi en un susurro, sin dejar de mirar al frente.
—¿Sí? —respondí yo.
—¿Por qué estás aquí?
—¿Porque... me dejaste entrar a tu casa?
—No —rio—. Aquí, conmigo.
—Dijiste que podía subir.
—Sabes de lo que hablo.
—Sí —carcajeé.
Sí lo sabía, pero todavía no podía verbalizarlo.
—Yo sí sé por qué estoy aquí —continuó de forma pacífica—. Y no, no solo porque es mi casa. Estoy aquí porque te quiero y cada vez que te miro es como si la vida me estuviera dando una segunda oportunidad. ¿Qué tal tú?
Vacilé, aunque sentía que se me podía salir el corazón de la alegría y la emoción. ¿Había forma de que me sintiera más vivo que en ese momento, junto a él, sin dudas y sin miedo?
—Yo estoy aquí porque... —suspiré, sincero como me parecía nunca haber sido— porque me has demostrado lo increíble que puede ser mi vida cuando estás en ella, porque no creo que haya otra cosa que me guste más que estar contigo y porque... te... te quiero.
Era la primera vez que le decía algo como eso a otra persona y las mariposas en mi estómago me resultaban desconocidas... en el buen sentido.
Para mi sorpresa, Sergio rio.
—¿Qué? —pregunté.
Negó con la cabeza, mirando a la distancia, con los brazos todavía colgando por sobre su cabeza.
—Sergio, ¿qué? —insistí, contagiándome de su risa.
—Yo también te quiero —susurró.
Y eso bastó.
Nos la pasamos riendo por horas completas, solo nos incorporamos cuando a mí se me empezó a adormecer el cuello por la posición. Después de eso, solo nos sentamos en el tejado a ver el atardecer mientras hablábamos de cosas sin mucha relevancia. La oscuridad nos envolvió mucho antes de lo esperado y en el momento en que comprendí que tenía que volver a casa, se apoderó de mí un sentimiento de protesta que disfruté.
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Del otro lado ©
RomanceJulio es un chico de quince años que cree tener las cosas claras hasta que conoce a Sergio, un chico peculiar al que no puede evitar observar. *** Cuando Julio conoce a Sergio, le parece raro de inmediato. Sergio parece desorientado, asustadizo y de...