Capítulo 2

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—Este es Sergio Torres, chicos, su nuevo compañero. Espero que lo traten bien. Gracias por guiarlo, Julio —añadió la maestra Núñez dirigiéndose a mí.

Ambos, Sergio y yo, habíamos entrado al salón y él acababa de ser presentado ante la clase. Para su fortuna, mi salón también era el que a él le correspondía, así que no había tenido la necesidad de marcharse después de haber ingresado para pedirle indicaciones a mi maestra.

Después de superado el trámite, los dos nos dirigimos al fondo del aula, en donde estaba mi mesa. Detallé con curiosidad el hecho de que, delante de la mía, alguien había puesto una mesa vacía que no había estado ahí apenas el día anterior.

—Hola, Julio —oí que me decía una voz femenina.

Volteé ante el llamado a mi nombre. Se trataba de Abigail, que se sentaba a mi lado izquierdo. Me estaba sonriendo con el mentón apoyado en la mano y a mí no me quedó de otra que tragar saliva en un acto de torpeza antes de contestarle.

—Hola.

Noté que estaba a punto de decirme otra cosa, pero otro saludo ahogó el sonido de su voz antes de que pudiera lograrlo.

—¡Hey, Julio! —siseó Guillermo, consiguiendo que me girara hacia el otro lado—. Hoy en el descanso vamos a practicar para lo de mañana, ¿eh? No lo olvides.

—¿Cuándo he olvidado un entrenamiento?

—Te olvidas de algo cada mañana, solo me aseguro.

—Cierra la boca.

—A propósito, ¿qué olvidaste hoy?

—Teléfono y audífonos.

—Eres el colmo.

Guillermo no mentía ni estaba exagerando. No en vano era una de las personas que mejor me conocían en todo el mundo. Se había sentado a mi lado derecho desde el día en que nos habíamos conocido y habíamos sido los mejores amigos desde empezada la primaria. Hermanos sin sangre, decía él. A veces eres idiota, le decía yo.

—¿Y tú de dónde conoces al nuevo? —me preguntó después.

—Me lo encontré en el camino, no encontraba la escuela.

—Oh...

—Bueno, ¿les parece si dejamos las presentaciones para más tarde? —preguntó Núñez, mirándonos con los brazos cruzados desde el frente y provocando que todos los demás voltearan hacia nosotros también.

—Sí, lo siento —me excusé yo.

—Continúe —terció Guillermo.

Básicamente las clases se dieron de la misma forma de siempre. Lo de todos los días: Guillermo lanzándome trocitos de papel, yo devolviéndoselos, los dos haciéndonos los desentendidos en cuanto la maestra volteaba a mirar. Las clases eran muy predecibles para mí por esos tiempos.

Después de Núñez, Gómez llegó a dar su clase respectiva. Casi nadie le hacía mucho caso a las clases de Gómez, desde que llegaba hasta que se retiraba del salón parecía que su presencia era una simple casualidad que a nadie parecía interesarle mucho.

De hecho, hubo algo que me impresionó al respecto, porque por primera vez había alguien que sí estaba prestando atención. El chico que ahora se sentaba delante de mí, Sergio, el nuevo. Tenía los ojos posados sobre la regordeta figura del calvo maestro de Geometría, al parecer atendiendo a cada detalle de su explicación. "Mis respetos, Sergio", pensaba yo. "Has batido un gran récord, aunque tú no lo sepas. No muchas personas se han mantenido despiertas en una clase de Gómez y han vivido para contarlo".

Del otro lado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora