Capítulo 6

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¿Quién no ha hecho alguna vez una burbuja, la ha visto ascender al cielo y luego romperse de la nada, sin dejar más rastros que gotas diminutas que terminan en el suelo? Así me sentía yo en ese momento. Todo lo que creía saber de Sergio, desde que lo había conocido hasta ese momento, se había desvanecido como una débil cortina de vapor, como si se tratara de una pequeña y frágil burbuja que de pronto había estallado ante mis ojos.

Noté que había detenido mi andar y a Sergio se le habían vuelto a empañar los ojos.

—No es lo que esperabas oír, ¿verdad? —rio amargamente—. Ya lo sabes, se acabó.

—Pe-pero es que tú... yo...

—Ya sé, ya sé, no quieres volver a verme, en realidad no es la primera vez que alguien me dice eso.

—Yo... yo no...

Estaba impactado, alelado, traspuesto. Quieto y paralizado como una estatua. Otra vez no sabía qué pensar o cómo sentirme. Hacía unos segundos hablaba con un Sergio al que creía conocer por completo y en ese momento me parecía estar parado frente a un extraño... a Sergio le gustaban los hombres... ¿cómo era que no lo había notado? Pero, lo más importante, ¿qué era lo que debía hacer y decir a continuación?

Yo no era homofóbico, nunca lo había sido. Era heterosexual, sí, pero no era prejuicioso, lo cual era raro después de toda una vida bajo el mismo techo que mi padre. Desconocía las razones por las cuales su influencia, sus comentarios agrios y sus bromas no se me habían quedado grabadas en la cabeza, el asunto es que así era yo, ni siquiera me había dejado llevar nunca por algunos compañeros del colegio que hablaban y pensaban igual que él. Sin embargo... nunca había estado muy cerca de ello tampoco. Desde luego no sabía lo que se sentía estar del otro lado...

¿O sí lo sabía? ¿Me iba a negar a mí mismo lo que había estado sintiendo con los roces que había tenido con Sergio últimamente?

Sí, me lo negué. Era algo demasiado irracional como para que lo considerara, así que me convencí de que estaba equivocado.

Después de la merecida pausa que yo mismo me concedí después de su confesión, me obligué a pensar (después de todo, él seguí ahí, frente a mí, esperando una respuesta). ¡Vamos, estábamos hablando de Sergio! ¡Sergio, uno de mis mejores amigos! Lo conocía muy bien, había tenido meses para eso, y que le gustaran los chicos no cambiaba nada en él.

—Nunca me dijiste —reaccioné, por fin—. ¿Por qué?

—¿Crees que tenía muchas ganas? —respondió escépticamente—. ¿Tienes idea de cómo habla la gente aquí de las personas como yo?

—¿Y tú creíste que yo sería tan imbécil como para hacerlo también?

Se quedó callado, mirándome con el ceño todavía fruncido.

—Sergio —suspiré, echándole un vistazo corto a la herida de su frente—, somos amigos, ¿o no?

Asintió con la cabeza, aunque todavía se le notaba desconfiado.

—Entonces... ¿puedo saber más de esto? —tanteé.

—¿Más? —levantó una ceja—. ¿Hay más?

—¿Creíste que podrías decir "soy gay" y no provocarme un shock permanente? —reí, rodeando sus hombros con mi brazo—. Oh, no, amigo, mi cerebro necesita un empujón.

Vaciló. Por una parte, yo sabía que seguía algo exasperado por mi insistencia de hacía un momento en que me dijera por qué me había prohibido decir la verdad en la oficina de la directora.

—Está bien —gruñó al final—. Pero te advierto que a lo mejor te resulta confuso... ¿tienes tiempo?

—Claro, de todos modos no creo que mi madre salte en un pie si llego a mi casa dos horas más temprano.

Del otro lado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora