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Se ahogaba con sus respiraciones. Una tras otra parecía que cada una la traicionaba más.

Los baños del colegio huelen raro. Todos huelen raro, entre una mezcla de deshechos pero a la vez limpieza. Además es como que siempre hace frío ahí, todo está frío, el agua, el suelo, las puertas, las tazas del váter...

El ambiente no ayudaba a la situación.
Había comenzado a temblar en clase y el nerviosismo se apoderó de ella. La pierna, morderse las uñas, tocarse el pelo. Movimientos rápidos y exagerados buscando entretenimiento para calmarse.

Estaba en medio de clase no podía ausentarse de repente. Pero todo iba a más.

Su mente iba a una velocidad que era incapaz de controlar. Necesitaba salir de ahí. Alejarse de los ruidos de los bolígrafos, la suela de los zapatos de goma con el suelo, el sonido de la tiza en la pizarra, el pasar de las hojas, los pájaros cantando, estaba exasperada.

¿Puede el mundo callarse por un puto momento?
Sin pedir permiso para ir al baño se levantó de la silla empujando la mesa y saliendo con problemas para coger grandes respiraciones por la puerta.
Los gritos del profesor de lengua hicieron eco lejano en su cabeza. No prestó atención.

Sabía que tenía que dar explicaciones al volver pero necesitaba silencio y estar sola.

Dianne había salido de clase tan rápida que no se dio cuenta de que todos los que se encontraban en el pasillo la comenzaban a mirar. No le importaba lo que pasaba al rededor, quería tranquilizarse.

Encogida en uno de los cubiletes del baño seguía temblando. Las respiraciones eran entrecortadas e irregulares y el mareo comenzaba a afectarle en la forma de mirar un punto fijo en la pared. ¿Cuánto tiempo iba a tardar en tranquilizarse?

Los espasmos recorrían todo su cuerpo desde la punta de los dedos hasta la cabeza.
La fuerza que empleaba en la espalda para controlar los temblores la provoca dolores en las lumbares y la presión en el pecho apenas dejaba coger grandes bocanadas de aire.

Sus manos escocían del movimiento continuo que empleaba para tranquilizarse en estos momentos. No le importaba los moretones que fuera a tener en las palmas de los pellizcos que se estaba causando.
Nada parecía mejorar porque su mente solo imaginaba escenario tras escenario. Muchos inacabados e interrumpidos por otros mientras que pensaba en cualquier otra cosa.

¿Habrán visto cómo comenzaban a brotar las lágrimas al salir? ¿Habré hecho demasiado ruido? ¿He sido muy brusca? ¿Qué van a decir de mi ahora? ¿Alguien se habrá preocupado?

No quería sentirse sola como siempre cuando estaba en ese edificio. Sus amigas estaban, pero se sentían lejos, a años luz de ella. Tenía que forzarse para incorporarse al grupo porque sabía que se quedaría sola si no lo hacía por su voluntad. Se sentía como una presencia inadvertida en un círculo lleno de energía.

La marginación social diaria es algo que se hace difícil de llevar pero ¿Cómo cambio? La pregunta rondaba en su cabeza mientras los minutos de la clase de lengua corrían. La verdad es que ya de qué servía volver a clase, Dianne había perdido más de la mitad y la verdad es que de poco se estaba enterando mientras estaba ahí.

¿Cómo pretenden que me concentre en la clase cuando mi cabeza da mil vueltas en un segundo?

La ansiedad que produce la decepción por parte de los que pretendes sorprender y agradar. Y cómo tienes que pretender que es tu culpa por no haberte centrado lo suficiente, cuando literalmente no puedes, porque no te puedes aguantar ni tú mismo. Porque hay demasiado jaleo en tu cabeza que no puedes hacer callar, y que te impiden concentrarte.

La vida que te prometí vivir. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora