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Se levantó de golpe, con sudores fríos recorriéndole la espalda y la frente empapada. Estaba pálido, se sentía helado, las manos temblaban y la respiración agitada.

Todo estaba dando vueltas, no era capaz de mirar a un punto fijo, sus oídos pitaban con un sonido ensordecedor que quería callar de una vez.
Las bocanadas de aire eran nulas, se sentía imposible conseguir regular las respiraciones. Llevó su mano al pecho y notó enseguida las rápidas pulsaciones de su corazón que comenzaron a hacer eco en su cabeza. Bombeaba contra su pecho de manera frenética y le obligaba a coger más aire.

Habían pasado tan sólo dos horas desde que se había dormido, ya eran más de las que pasaba dormido en la noche. Aún así no se sentía descansado, la forma en la que se levantaba agitadamente consumía sus energías al momento. Para Liam no había despertares pacíficos y tranquilos, todos conllevaban ataques de pánico o de ansiedad, le era imposible llevar más de tres horas de completo sueño sin interrupciones.

La medicación que el doctor Davis recomendó para que pudiera descansar dejó de hacer efecto, y cuando eso pasaba, subían la dosis. Por eso nunca le dijo que comenzaba a tener insomnio de nuevo.

La sensación de la medicación daba asco. Se sentía fuera de sus posibilidades, fuera de sí. Lo veía dar todo vueltas, se sentía ahí pero su cabeza estaba en otra parte. Sonidos distantes, cansancio, una sensación de poca concentración porque todo le causaba gracia, el cuerpo pesaba y se sentía en la constante necesidad de dormir. Todo el tiempo. A todas horas.

Aunque sabía que le hacían falta horas de sueño, la medicación no era una opción. Prefería despertarse con ataques de pánico, pero saber que estaba en su completa capacidad el resto del día.

La garganta estaba seca, rogaba por agua, algo que calmara la irritación.
Seguía intentando calmar sus respiraciones y recordó uno de los trucos que le enseñaron para calmarse.

Trató de coger todo el aire que pudo y lo mantuvo durante el tiempo que pudiera. Aguantar la respiración era efectivo para él, su cuerpo pedía aire más su cabeza no se lo permitía.

En un par de intentos más consiguió calmarse. Se sentía agotado de nuevo, todo pesaba, quería volver a dormirse, pero despertarse era algo a lo que no podía enfrentarse.

Se quedó quieto, mirando al techo sin pensar en nada. Cuando eso pasaba, cuando no había una lucha interna a la que tenía que enfrentarse. Cuando no se enfrentaba a su yo enfermo, prefería no moverse.

Disfrutar del silencio mental en el que se encontraba que no duraba más que unos pequeños momentos. Disfrutar de la falta de tensión que sentía en sí mismo.

Si bien se durmió a las dos, sus padres debieron de haber llegado ya a casa. Las ganas de verles, de conversar con ellos eran más bien pocas. Carentes.

Lo último que le apetecía era dar explicaciones acerca de porqué se había marchado de la charla con la orientadora. Dar explicaciones de lo que había comido aunque no le creyeran.
Aún así tenía que bajar, enfrentarse a su familia y aguantar todos sus reproches, porque nadie empatizaba, hasta la más pequeña parecía comprender mejor la situación.

Bebió agua, se despejó un poco y, tomando gran cantidad de aire, bajó las grandes escaleras de la casa.

No escuchaba el típico barullo que había siempre que sus tres hermanos se encontraban cerca, tampoco escuchó los dibujos animados de Anne, solo el noticiero y el sonido del enorme reloj al entrar al salón principal.

Su madre estaba mirando la television, con ojos cansados que mostraban el marrón miel que Liam había heredado. Su pelo marrón atado en una coleta despeinada. Parecía estar prestando atención pero sus ojos estaban perdidos en algún lugar de la pantalla.

La vida que te prometí vivir. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora