Capítulo 10

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—Por fin se ha ido...

No me pasó desapercibida la paz que se desprendía de las casi susurradas palabras de Kristoff mientras veíamos partir el barco en el que zarpó Hans, como preso acusado de traición a la corona, de vuelta a las Islas del Sur de donde no debió salir nunca.

—¿Aliviado?

—Bastante, la verdad.

Su franqueza siempre lograba sacarme una sonrisa.

—¿Sabes? Habría funcionado.

—¿El qué? —preguntó sin seguir el hilo de mis pensamientos.

—El beso que no nos llegamos a dar. Habría funcionado.

Las mejillas de Kristoff se encendieron y no pude evitar reír levemente. Desde que le conocí le había visto casi más tiempo sonrojado que normal.

—¿Debí hacerlo? En ese momento me dio la sensación de que necesitabas más sentir el amor de tu hermana; sé que es importante para ti. Llevas muchos años anhelándolo. Aunque bueno, al final fuiste tú la que se autodescongeló... ¡Pero eso no significa que ella no te quiera! Sólo es que la situación no se dio como para...

—Habría preferido tu beso.

Kristoff retiró la mirada y se rascó la nuca.

—Lo siento, yo...

—No, lo siento yo. Fui yo la que buscó un plan B. Por supuesto, era verdad que creía que Elsa podría salvarme, pero... si no te besé fue porque me asustaba lo que pasaría con nosotros si el beso no funcionaba.

—¿Te... habría salvado Elsa?

—Y, ¿después? ¿Seguirías a mi lado sabiendo que no es amor verdadero?

No dijo una palabra, sólo hizo una mueca de comprensión.

—Nos acabamos de conocer y... no podía estar segura de que no me equivocaba con lo nuestro y...

—Está bien, Anna, lo entiendo. No tienes por qué disculparte.

—¡Pero lo sé ahora!

—¿Eh?

—No me queda la menor duda de que el amor que siento por ti es verdadero.

Sus ojos se abrieron casi excesivamente y pareció ser él el convertido en hielo.

—¡Ya sé! ¡Le pediremos a Elsa que me congele el corazón otra vez y te lo mostraré!

La rigidez de su postura desapareció repentinamente y estalló en una gran carcajada. Entonces me alzó por los aires y cuando toqué tierra de nuevo me habló con una amplia y fresca sonrisa.

—Anna, no necesito descongelar tu corazón para comprobar que lo nuestro es amor verdadero: tengo toda la vida para demostrarlo.

Tomó mi cara dulcemente con sus manos y, por primera vez, no esperó a sentir mi aprobación; creo que por fin le quedó claro que siempre la había tenido. Se abalanzó sobre mí apasionada y cuidadosamente a la vez y, esta vez sí, nos fundimos en un ardiente beso.

No voy a dar detalles, no os quiero dar envidia, sólo diré que no descongeló mi corazón, lo derritió por completo.

A partir de aquel día, con control casi absoluto sobre sus poderes, Elsa volvió al castillo, abrió las puertas y se ganó la confianza del reino y de sus aliados. Yo volví al castillo también, pero no sin arrastrar a Kristoff conmigo con la burda excusa de que la reina no podía tener a uno de sus súbditos viviendo a la intemperie en medio de las montañas. Elsa, agradecida por su ayuda, le aceptó de buen grado y el servicio parecía encantado también con tenerle allí. El único que realmente puso algo de resistencia fue él pero, como suponía, acabó cediendo a las súplicas de la pobre princesa que no podría dormir por las noches por la preocupación si él se quedaba fuera. Por supuesto, Sven y Olaf fueron también gratamente acogidos en el castillo, aunque suelen ir los dos bastante a su aire.

Respecto a mí, tengo el placer de contaros que, últimamente, estoy teniendo una vida tranquila, pero no aburrida. Salvo por los compromisos de los que no me puedo librar como princesa y por las salidas por su trabajo, Kristoff y yo pasamos todo el día juntos. A menudo nos vamos juntos de excursión a la montaña o a conocer sitios nuevos; incluso hemos ido de visita al reino de Corona a sufrir las constantes indirectas de Eugene. Y, aunque esto Elsa no lo sabe, de vez en cuando volvemos a aquella pequeña y cochambrosa cabaña de la montaña donde comemos bocadillos, bailamos pegados y retomamos las cosas por donde, aquel ajetreado día, se quedaron pendientes.

Y, en cuanto a Elsa, poco a poco hemos ido estrechando lazos de nuevo. Incluso se está volviendo más cercana a Kristoff: ni siquiera la reina de las nieves ha podido resistirse a la calidez de su cercanía. Por otro lado, trabaja incansablemente esforzándose cada día por hacer que las cosas vayan bien en el reino. Seguramente se siente agradecida por la comprensión y la aceptación de todo el mundo después del pequeño incidente del hielo.

Viéndola trabajar me siento realmente orgullosa a la par que algo culpable por no ayudar más de lo que lo hago, pero, sobretodo, cruzo los dedos por no tener que llegar nunca a reinar; no me veo dedicada en cuerpo y alma al servicio de Arendelle. Sin duda, amo mi reino pero, bueno... madrugar no es lo mío. De todos modos, procuro no pensar mucho en ello, ¿qué sentido tiene preocuparse por algo que no va a pasar? Es decir, ¿qué puede pasar? ¿Qué lo deje todo y se vaya a vivir al bosque como un ermitaño? Vamos, ¡hablamos de Elsa! ¡Eso nunca pasaría!

...

...

¿Verdad?

Me late el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora