Capítulo 6

81 5 0
                                    

Al día siguiente amanecí sorprendentemente descansada. Kristoff ya no estaba en la habitación y había un desayuno listo sobre la mesa. Me levanté, me rasqué con algo de desesperación el cuerpo, que me picaba como nunca, y me asomé curiosa por la puerta para saber si ya se habían ido a trabajar.

Al abrir sentí el terrible frío de la mañana y la increíble calidez de aquel hombre que jugaba con su amigo el reno mientras..."¡Puaj!", compartían zanahorias otra vez.

—¡Anna! Buenos días. ¿Has descansado bien?

Sven vino amoroso a recibirme y me di cuenta de que jamás en mi memoria había sido recibida con aquel entusiasmo.

—Buenos días —contesté respondiendo con carantoñas a Sven—. He dormido muy bien, gracias. ¿El desayuno de la mesa es para mí?

—¿Ya lo has visto? Sí, es el tuyo.

"Como si tuviese mucho sitio para esconderse..."

—Y, ¿tú?

—Yo ya he desayunado.

—Ya...

"Un equilibrado desayuno a base de zanahoria y baba de reno."

—Nosotros nos vamos ya a trabajar. Hoy llegaremos bastante más pronto, así que igual podemos salir a enseñarte la zona para que sepas por dónde puedes pasar y por dónde es peligroso. Mientras tanto, siéntete como en tu casa, ¿vale?

—No, gracias.

Kristoff me miró con evidente incomodidad y reparé en lo que había parecido que quería decir.

—¡No!¡Quiero decir que genial lo de salir y eso! Lo que no quiero es sentirme como en el castillo, ya... sabes...

La libertad y calidez que sentía en un pequeño y gélido cuarto de madera, no era comparable a la sensación de frío y soledad con la que había crecido.

Me devolvió una sonrisa algo lastimera y asintió antes de subirse al trineo.

—Entonces, siéntete como en la casa en la que desees vivir.

Y, dejando atrás el vaho de esas palabras, pusieron rumbo a los lagos helados dejando mi corazón sutilmente agitado.

Aquel día fue algo diferente del anterior. El sentimiento de libertad y ternura se vio turbado por el terrible picor que invadía mi cuerpo. Daba igual cuánto me rascase, aquello no parecía tener intención de dejarme vivir. Me inspeccioné buscando signos de picotazos de algún bicho malvado o de intoxicación, pero no logré encontrar nada. Me picaba la cabeza, la cara, el cuello, las piernas, las manos, la espalda, ¡todo! ¡Absolutamente todo el cuerpo!

Cuando Kristoff y Sven llegaron de vuelta, yo ya tenía los nervios de punta.

—Ya hemos vuelto.

—¡¿Qué es esto?! —grité desesperada enseñándole los brazos completamente rojos de tanto rascarme.

Claramente, aquel no era el recibimiento que Kristoff esperaba, pero tampoco pareció especialmente sorprendido. Sin mediar palabra entró, cerró tras de sí y abrió un pequeño mueblecito que había al lado de la cama. De allí sacó un frasco de cristal que me tendió de inmediato.

—Date esto. El clima frío y seco de la montaña te está resecando la piel, por eso te pica. Yo me lo doy casi todos los días y, aún así, a veces pica.

—¿Es sólo eso?

—Eso creo.

—¡Gracias!

Le arrebaté el frasco de las manos con desesperación y empecé a untarme los brazos a toda prisa. Rápidamente pude sentir cómo aquel aceite hacía efecto bálsamo en mi piel y pude respirar por fin.

Me late el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora