Capítulo 3

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"Comida. Tenía que haber cogido comida. Yo no podía pensar un poco y prepararme cuatro cosillas de supervivencia antes de salir, noooo; yo tenía que irme a lo loco a pasar hambre dando vueltas toda la noche sin tener ni idea de a dónde ir ni qué hacer..."

Era ya avanzada la noche y hacía horas que los invitados habían sido amablemente despachados del castillo. Algunos habían zarpado ya rumbo a sus países de origen y otros estaban pasando noche en sus camarotes esperando a zarpar en la mañana. Los aldeanos que habían pasado todo el día esperando ver aparecer a la reina, se volvieron a sus hogares sin llegar a verla y sin entender qué había pasado. Y yo..., bueno, pues yo no sabía ni dónde meterme.

No parecía que la guardia estuviese en mi busca, pero tampoco podía pasear por allí tan tranquila: no sabía a qué me atenía. Además, no quería ser reconocida por la gente del reino, pero el vestido no ayudaba y no tenía acceso a otro tipo de ropa, ni dinero con el que comprarla al día siguiente... ni nada.

Pensé en buscar a Kristoff, pero no tenía ni idea de dónde vivía ni de si había vuelto o si estaría pasando la noche en la montaña y, la verdad, adentrarme en el bosque sola y a pie en medio de la noche, no me parecía la opción más inteligente. Perdida en mi propio reino, me acerqué a los acantilados y me senté en una roca a esperar alguna señal del destino.

—¡Así que los rumores son ciertos!

Una voz familiar a mis espaldas me hizo dar tal brinco que casi me doy un vuelo acantilado abajo. Cuando me giré vi con sorpresa la ilusionada cara de la que unas horas antes había descubierto que era mi prima Rapunzel y, unos pasos más atrás, a su marido Eugene. Él debía rondar los treinta y pocos años y ella los veintimedio pero, desde el principio, la diferencia de edad conmigo era prácticamente inapreciable. Sin embargo, en aquel momento, la mirada de Rapunzel parecía la de una niña de cinco años.

¿Pretenderían llevarme de vuelta al castillo? ¡Qué injusto! ¡Era un dos contra uno!

—Eh... Yo... —intenté ganar tiempo mientras pensaba cómo escabullirme.

—Dime, ¿es verdad? ¿Te has escapado? Todo el mundo habla de cómo le gritaste a la reina y echaste a correr y de cómo la reina pareció entrar en pánico y ordenó el cierre.

—Bueno, sí. Más o menos ha sido así.

—¡Bien por ti!

—¿Sí?

—¡Claro! Yo también sé lo que es estar encerrada durante años y sentirte solo e incomprendido... Estoy segura de que has hecho lo correcto. Incluso ahora que no estoy encerrada, hay días en los que Eugene me "secuestra" y nos fugamos del castillo para tener un día para nosotros.

—Lo que aún no me explico es porque nunca me he llevado ni una reprimenda por ello —añadió él aparentemente intrigado por su conveniente fortuna.

—Sabes que cuentas con ventaja. Salvaste a su hija y la devolviste a su hogar. ¡Nunca se enfadarán contigo!

No pude evitar reír ante el peculiar vínculo que les unía. Además, su apoyo hizo que me relajase en su compañía, pero, pese a sus palabras, yo no lograba tener la certeza de estar haciéndolo bien. ¿Cómo estaría Elsa? ¿Estaría muy preocupada? "¡Espera! ¡Ella es la que me ha dicho que me vaya! ¡No es momento para andar dudando!"

—Rapunzel, ¿qué tal si le das lo que le has traído? —le propuso Eugene a su esposa con una tierna sonrisa.

—¡Es cierto! ¡Toma! ¡Te hemos traído esto! —dijo ofreciéndome una cesta llena hasta arriba—. Hemos pensado que igual te venía bien.

Abrí la cesta sin una sóla pista de qué me iba a encontrar ahí dentro y, para mi sorpresa, me vi con un montón de comida y un traje del servicio del castillo del reino de Corona.

—¿De verdad es para mí? Muchas gracias... No sé cómo agradecéroslo...

Rapunzel sonrió satisfecha.

—Y, ¿cuál es el plan? ¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó Eugene sentándose de piernas cruzadas en el suelo.

—Pues... no tengo ni idea...

No me sentía especialmente orgullosa de mi planazo, pero tampoco tenía caso mentir.

—Supongo que pasaré la noche a la intemperie y mañana aprovecharé estas ropas para infiltrarme en el centro del pueblo para ver si encuentro a la única persona que conozco de fuera de palacio. Aunque tampoco sé muy bien para qué...

—Bueno, los amigos están para ayudar en los momentos difíciles, ¿no? Igual se os ocurre alguna solución juntos —dijo Rapunzel tratando de levantarme el ánimo.

—Amigos... no nos conocemos tanto. Sólo hemos charlado un momento esta mañana.

—Y, ¿aun así vas a acudir a esa persona? —preguntó Eugene sorprendido.

—No tengo a nadie más, y... Kristoff me ha inspirado confianza.

—Vaya... así que es un amigo... —respondió él con tono pícaro.

—Y nada más que eso.

—Así empezamos nosotros también, ¿verdad, rubita?

Eugene le guiñó un ojo a su mujer a la que no le vi nada de rubia, y ella suspiró con algo de exasperación.

—Venga, Eugene, deja de molestarla. No es momento para eso. Anna...

—Dime.

—¿Quieres venir a pasar la noche a un camarote de nuestro barco?

—¿De verdad?

—¡Claro! Con esa ropa no llamarás la atención de camino. Pero... es una oferta de una única noche, lo siento. Mañana a medio día zarpa el barco y volvemos a Corona, así que, como no quieras venirte con nosotros, deberás encontrar otro lugar y otras ropas.

No tenía ni idea de de dónde podría sacar ropa con la que pasar desapercibida, pero tampoco tenía un plan mejor.

Pude comprobar que mi prima y su marido eran unas maravillosísimas personas. El reino de Corona tenía suerte de tenerla como heredera al trono.

—Está bien. Si no es mucha molestia, acepto vuestro ofrecimiento. Muchísimas gracias.

—¡Estupendo! ¡Para eso está la familia! ¡Eugene, vamos a dejar que se cambie! Te esperamos en el puente, ¿vale?

—Claro.

Rapunzel y Eugene se marcharon camino abajo jugando entre ellos mientras ella se le subía a él a la chepa y pude sentir brevemente el gozo de tener una familia.

"Sería bonito recuperar la mía..."

Me cambié detrás de un par de árboles sintiéndome tremendamente incómoda y me reuní con ellos en el puente. Caminamos discretamente hasta su barco donde me guiaron hasta mi camarote y me desearon felices sueños.

Aquella noche no dormí demasiado. Estaba insomnemente emocionada. ¡Había sido el día más increíble de mi vida! No tenía ni idea de qué me deparaba ni siquiera el día siguiente, y la espera para descubrirlo era horrible. Sólo por ese día, por la gente a la que había conocido y por todas las cosas nuevas que había vivido, ya había merecido la pena salir del castillo.

A la mañana siguiente, mi prima me despertó dulcemente y, después de recomponerme un poco, compartí un delicioso y reconstituyente desayuno con ellos durante el que me contaron su súper emocionante e increíble historia y durante el que yo les conté mi pequeña aventura del día anterior. Más tarde, me acompañaron al muelle y nos despedimos hasta la próxima esperando que de verdad hubiese una próxima.

—Cree en ti, ¿vale? Es todo lo que necesitas —dijo Rapunzel regalándome un agradable abrazo que casi me hizo llorar.

—Y suerte con el hombre del hielo —trató de picarme Eugene para aliviar un poco la tensión de la despedida.

Le di un abrazo también a él y, después de darles las gracias una y mil veces más, partí hacia la ciudad entusiasmada ante la idea de un nuevo y emocionante día. 

Me late el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora