Capítulo 7

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 —Kristoff...

Aquella tarde Kristoff y Sven también llegaron pronto de la venta de hielo. Definitivamente les hice perder mucho tiempo el día en que me trajeron aquí. Sven estaba descansando en el interior de la caseta en nuestra compañía y Kristoff estaba tapando algunas de las rendijas por las que entraba el aire de las que era posible que me hubiese quejado un poco excesivamente.

—Dime.

—Me aburro...

—Ahá...

—Y, ¿ya?

—¿Qué quieres que te diga? Piensa en algo para entretenerte.

—Lo cierto es que ya he pensado en algo...

—Miedo me das. Sorpréndeme.

—He visto tu laúd.

—¿Y?

—¿Sabes tocarlo?

—Se podría decir que sí.

—¡Genial! ¿Lo tocas para mí?

—No.

—¡¿Por qué?!

—Porque estoy ocupado y tocando soy yo el que se entretiene, no tú.

—Yo puedo bailar al son de la música.

—Buena suerte bailando aquí dentro.

—Vengaaa, porfaaaaa...

—Anna, estoy haciendo cosas. ¿Prefieres bailar o que deje de entrar frío?

—¡Bailar! Así entro en calor más rápido.

Por fin se giró a mirarme y, con una casi imperceptible sonrisa, suspiró y se levantó a por el laúd.

—Como quieras. Pero pierdes el derecho a quejarte por las rendijas.

—¡Tienes mi palabra!

Me levanté dispuesta a hacer malabares para moverme en el casi nulo espacio libre que quedaba con Sven allí dentro y Kristoff se sentó en la cama con la espalda apoyada en la pared y comenzó a tocar.

—Renos mejor que personas,

Sven, ¿cómo lo ves tú?

—¿En serio? ¿Ésa es tu canción?

—Y no ha hecho más que empezar.

La gente te grita y te da con un palo.

Todos me tratan mal menos tú.

"Venga ya, ahora haciendo la voz de Sven..."

Me tapé la boca para no reír a carcajada limpia porque sentía la imperiosa necesidad de escuchar el resto de la canción.

—Más la gente huele mejor,

Sven, ¿no crees que es verdad?

Es cierto también

todos menos tú.

Ahí le has dado

No pude soportarlo más. Era sencillamente genial. Rompí a reír y no pude oír ni una sola nota más. Acabé revolcándome por el suelo. Así que él era consciente de que olía así, ¿eh?

Terminó su canción y se quedó esperando a que me cansase de reír con una preciosa sonrisa.

—Sabía que te gustaría —bromeó mientras yo iba recuperando poco a poco la compostura.

Me late el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora