Capítulo 9

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Sven corrió sin descanso durante largo rato con nosotros a cuestas hasta que entramos en una zona sin nieve y cuyo terreno estaba plagado de fumarolas. Kristoff bajó del lomo de Sven y me cogió en brazos apoyándome justo al lado de uno de esos maravillosos chorros de vapor calentito.

—Intenta templarte un poco aquí. Ya casi hemos llegado.

—¿Cómo sabías que tenía frío?

—Te tenía lo suficientemente pegada como para distinguir tu tiritona de los botes de Sven —dijo como si el contacto entre nosotros le pareciese lo más natural del mundo.

—Pues se agradece. Ahora me siento mucho mejor.

Le dediqué una sonrisa y me correspondió con otra, pero no le duró mucho; según se fue tiñendo de musgo el paisaje, su rostro se fue tensando más y más.

—¿Qué te pasa? ¿Es que no quieres ver a tu familia?

—No... no es eso. Son muy buenos conmigo y hace bastante que no vengo por aquí. Es más que... son... bastante especiales, ¿sabes?

—Eso no es malo.

—Ya... ¿Recuerdas que te dije que me adoptaron?

—Ahá.

—Siendo niño, yo estaba solo con Sven hasta que ellos nos acogieron.

—¿A los dos?

—Sí...

"Pero, ¡¿cuántos años tiene este reno?!"

—No quiero que te asustes, a veces son un poco inapropiados y ruidosos, muy ruidosos. También son cabezotas a ratos y un poco insoportables y rechonchos, muy, muy rechonchos, pero bueno sí, son más... ya lo entenderás, o sea son buena gente.

Pese a lo divertido y tierno que fuese verle enredado en sus propias palabras, pensé que lo mejor sería pararle.

—Kristoff, seguro que son estupendos.

—Entonces —dijo tomando una gran bocanada de aire como si intentase reunir un poco de valor con ella—, ¡te presento a mi familia!

"Debí suponerlo, nadie podía ser tan bueno..." Allí estaba, aquel hombre que me había tenido en el cielo durante cuatro días, en medio del bosque hablándole de colegueo a un montón de rocas.

Observé la penosa escena durante unos segundos hasta que le hice caso a mi instinto de supervivencia y comencé a retroceder.

—¡No, no, no! ¡Espera, Anna!

En aquel instante, como por arte de magia, las rocas comenzaron a rodar hacia él para parar justo a sus pies y convertirse en unas bajitas y rechonchas personas de piedra que... sí, hablaban.

—¡Kristoff ha vuelto!

Todos aquellos peculiares seres celebraron entusiasmados el regreso de su hijo adoptivo mientras yo procesaba poco a poco lo que veían mis ojos. "Al menos no está loco."

—Trolls... ¡son trolls!

Aquella cantidad ingente de trolls se giró hacia mí y montó un auténtico escándalo ante la idea de que Kristoff hubiese llevado a una chica. Parecía que, en ese sentido, no tenía de qué preocuparme. Me zarandearon e inspeccionaron, me hablaron maravillas sobre su hijo y me contaron también sus peores vergüenzas, y, si les llegamos a dejar, hasta nos casan allí mismo.

Pese a lo divertido que me pareció su entusiasmo, el frío en mi interior crecía imparable y no paraban a escuchar las protestas de su hijo que intentaba explicarles que necesitábamos ayuda. No fue hasta que otra punzada en el pecho me debilitó aún más, cuando cesaron en su empeño y nos atendieron apropiadamente.

Me late el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora