CAPITULO 2: LA VOZ MALDITA

1.1K 86 10
                                    

En lo profundo del bosque, había un lago sereno, un oasis lejos de todo, su propio edén oculto a los ojos de los demás trolls. Ser el único que conocía aquel rincón secreto le llenaba de gozo, pues allí podía ser él mismo sin temor al juicio ajeno. Además, era el único lugar, aparte de su búnker, donde podía desahogarse sin causar dolor a nadie, donde podía entonar sus melodías sin desatar el infortunio sobre ningún ser. Eso era lo único que le daba sentido a su solitaria existencia.

La mayoría de la villa lo miraba con desdén, como si fuera un loco paranoico. Tal vez lo era, pero las burlas eran innecesarias. ¿Y qué si no quería cantar como todos los demás? No era que no le gustara, el problema era lo que ocurriría si cantaba frente a alguien. No importaba si lo oían de lejos, pero... si algún troll lo llegara a escuchar cantar de cerca, ¿Quién sabe qué le pasaría? No podría vivir con la culpa, no otra vez, no lo haría. Que lo juzgaran por no cantar si querían, pero él no sería el causante de ninguna muerte troll jamás, no otra vez. 

Poppy era su mejor amiga, la única que había insistido en que cantara por muchos años, hasta que él se atrevió a revelarle sus razones. No esperaba que lo fuera a entender, pero contra todo pronóstico, ella lo había comprendido, y no le había vuelto a presionar para que cantara. Bueno, algunas veces le rogó que cantara solo para ella, jurándole que no le pasaría nada, y en varias de esas ocasiones estuvo a punto de ceder, pero el pánico de que algo terrible y fatal le ocurriera a uno de los pocos seres que lo apreciaban y entendían era simplemente insoportable. Se sentía egoísta por negarle ese deseo a su amiga, pero también se sentía responsable por su seguridad. ¿Cómo podría perdonarse si le quitaba la vida a una de las pocas personas que lo querían como era?

Salió de su ensoñación cuando todas las demás criaturas se le acercaron a saludarlo, era una sensación tan dulce, le hacía sentir querido, aunque solo fuera por un momento. Estuvo jugando unos minutos con todos, riendo y abrazando a sus pequeños y grandes amigos, hasta que quedó tan cansado que tomó una siesta. Al despertar, todas las criaturas se acurrucaron a su alrededor, dándole calor y compañía.

Sabía lo que le pedían con aquellas miradas y sonidos de emoción: que cantara. Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa, como un rayo de sol entre las nubes. Comenzó a tararear una melodía sin letra, buscando un ritmo, y pronto las flores y los animales se unieron a él, como un coro de primavera. Luego de unos segundos, empezó a cantar con voz suave pero firme, dejando que sus sentimientos fluyeran en cada palabra, como un río de cristal. Al cantar, su mente divagó entre lo que vivía en ese momento, el libro que estaba leyendo y que se parecía a lo que cantaba, y sobre todo sus recuerdos de antaño, cuando era un pequeño troll de colores vivos y no el gris azulado casi imperceptible, como una sombra sin vida. Cuando tenía un mejor amigo, cuando este había sido su primer amor. Un amor inocente, sin malicia, un amor de niños. Como una flor que brota en el desierto. Cuando perdió sus colores, Ramón cambió, se volvió paranoico e irritable, como una tormenta sin fin. Pero él siguió a su lado, tratando de consolarlo, tratando por todos los medios de animarlo y devolverle sus colores. Pero eran solo niños, ¿Cómo lograr algo así? ¿Cómo pintar el arcoíris con solo un lápiz? No era el único que había perdido sus colores, muchos otros trolls, todos adultos, también los habían perdido en mayor o menor medida, pero a diferencia de él estos habían recuperado sus colores. En aquel entonces eso les daba esperanza, tanto que habían prometido que cuando Ramón recuperara sus colores y fueran adultos irían "al más allá" o "el gran jardín" juntos, una forma un tanto peculiar de llamar al lugar de reunión de todos los trolls existentes, donde se conocían, hacían nuevas amistades y si tenías suerte encontrabas tu pareja. No necesariamente tenía que ser tu destinada, pero si eras súper afortunado la encontrarías y la existencia misma se regocijaría y alegraría por los dos, por volver a encontrarse en esta vida. Pero eso nunca pasó. Ramón nunca recuperó sus colores. Y él nunca volvió a ver a su mejor amigo. Su primer amor. Su única esperanza. Se habían separado por el destino, por la distancia, por el silencio. Ya no eran amigos. Ya no se hablaban. Ya no se conocían. Y ahora solo le quedaba cantar. Cantar para recordar. Cantar para olvidar. Cantar para vivir.

MI YUANFENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora