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	Como cada noche, Oda dejó sus materiales, sus tintas y sus páginas en su estudio

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Como cada noche, Oda dejó sus materiales, sus tintas y sus páginas en su estudio. Ese día estaba bastante satisfecho con las páginas que había dibujado, estaba contento con las viñetas, pero era hora de tomar un descanso.
Cerró el estudio y se marchó, sin saber que detrás de esas viñetas pintadas sobre papel, se movían unos chicos en otro mundo, que cada noche eran libres de moverse como querían sin seguir los guiones que Oda escribía para ellos.

 	Cerró el estudio y se marchó, sin saber que detrás de esas viñetas pintadas sobre papel, se movían unos chicos en otro mundo, que cada noche eran libres de moverse como querían sin seguir los guiones que Oda escribía para ellos

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—¡Aaaaah! —exclamó Luffy, el capitán, estirándose cómodamente en la cubierta—. ¡La aventura de hoy ha sido genial!

—¡Ya lo creo! ¡Ha sido SUUUPER increíble! —dijo Franky muy animado.

—A pesar de todos los problemas en los que nos metemos, estoy muy contento con las decisiones del dios Oda, con las aventuras que crea para nosotros —dijo Usopp sentado y relajado, poniéndose las manos en la nuca y dejándose caer sobre una pared—, no me quejo... Estoy contento de esta vida que nos da. ¿Y vosotros chicos?

—¡Por supuesto! —gritaron Luffy, Chopper, Franky y Brook al mismo tiempo.

—Yo también pienso lo mismo —dijo Nico Robin, contenta.

—La verdad es que sí... —dijo Nami entre suspiros, mirando el cielo estrellado.

Usopp se volvió para mirar hacia la izquierda, donde encontró a Sanji y a Zoro, los cuales no habían dicho nada. El francotirador les miró extrañado, preguntándose por qué eran los únicos que no decían ni media palabra y encima parecían tristes.

—Oi, Zoro, Sanji... ¿Qué decís vosotros? ¿Estáis contentos con todo esto... verdad? Con la vida que nos da Oda... —dijo Usopp casi con miedo.

Sanji miró a Usopp y se esforzó por sonreír un momento, antes de ponerse en pie.

—Pues claro, Usopp —dijo el cocinero con amabilidad—. Voy a preparar lacena, os llamaré en cuanto esté lista.

—¡Oooooi! ¡Sanji! ¡Prepara mucha carne! —exclamó el capitán desde su sitio.

Sanji se marchó hacia la cocina, mientras Zoro le siguió con la mirada, aún sin responder a Usopp.
Zoro dirigió después la vista al suelo cuando desapareció tras la puerta de la cocina, con un poco de tristeza.

—Estoy... contento con esto Usopp —contestó el espadachín sin mirarle.

Usopp dio un respingo con la respuesta tan repentina de Zoro y le vio levantarse e ir también hacia la cocina. El francotirador no dijo nada y el resto de la tripulación se quedaron allí, hablando despreocupadamente.
Zoro, pensativo, necesitaba encontrarse con el cocinero, a solas.
Claro que estaba contento con esa vida, como para no estarlo, pensó. Pero había algo en ella que le hubiera gustado que fuese de una forma muy distinta. Y no sabía cómo hacer para que fuese así.
Aún resonaba en su mente la discusión tan terrible que había tenido con el cocinero durante la aventura de ese día. No dejaba de preguntarse por qué Oda hacía aquello. Por qué las cosas no podían ser de otro modo para ellos, por qué era un continuo vaivén de tirarse los trastos a la cabeza sin sentido.
Zoro entró en la cocina y cerró la puerta tras de sí con delicadeza. Sanji le miró un momento antes de bajar la vista hacia la gran olla de estofado que había dispuesto para preparar.
El espadachín tomó asiento en silencio, viendo como Sanji apilaba todos los ingredientes que necesitaba. Una vez los tuvo, se encendió un cigarrillo y sopló con suavidad un poco de humo. A Zoro la culpa le corroía por dentro y ya no podía más.

—Sanji —le llamó.

Sanji levantó la cabeza un momento y el espadachín se quedó embobado mirándole.

—Sabes que lo que dije... no iba en serio... ¿Verdad? —continuó el peliverde—. Que... Yo no te diría algo así.

Sanji bajó la mirada, pero no dijo nada. Dio una nueva calada al cigarrillo.

—¿No dices nada? —preguntó Zoro con suavidad, levantándose del sitio y yendo hacia él.

Sanji se encogió de hombros sin mirarle.

—Ya no sé... Cuándo hablamos nosotros y cuándo hablamos con lo que Oda escribe —dijo Sanji, alicaído—. Es solo que estoy confuso.

Zoro se acercó más a él, hasta quedarse a su espalda.

—Puedes estar seguro de que esto no lo ha escrito Oda —dijo Zoro muy cerca de él, invitándole a darse la vuelta para mirarle—. Sanji, perdóname.

—¿Por qué? —dijo el rubio poniéndose cara a cara con Zoro.

El espadachín apartó con suavidad su flequillo, paseando sus dedos después por su mejilla. Se acercó al cocinero, acorralándolo sin resistencia por su parte contra la encimera.

—Por todo —dijo el peliverde.

—Marimo estúpido —dijo Sanji con ternura y un tono aterciopelado que erizó la morena piel de Zoro—. No hay nada que perdonar.

No podía más, llevaba todo el día queriendo hacerlo. Sanji, aunque no decía nada, hervía de ganas por lo mismo.
El espadachín tardó décimas de segundo en romper la poca distancia que les separaba, abalanzándose sobre los suaves labios del rubio, que correspondió en un beso apasionado en el que les faltó poco para devorarse el uno al otro.
Cuando necesitaron oxígeno y tuvieron que separarse, se quedaron juntos, frente con frente, recuperando el aliento entre risas flojas.

—¿Cómo no voy a estar contento con esta vida —dejó escapar Sanji, en voz muy baja—, si con ella podemos ser todos felices, perseguir nuestros sueños... Y nos hemos podido conocer todos... Tú... y yo?

Zoro se dejó llevar por la mirada de Sanji antes de contestar.

—Sí... Pero me gustaría que las cosas fuesen distintas para nosotros —dijo Zoro—. Me gustaría que fuera de estos momentos libres, pudiéramos ser también así... Ya sabes. Me gustaría poder... Decirle a Oda que lo que sentimos... no es precisamente odio... Aunque nadie más lo sepa.

Zoro jugó con el pelo de seda de Sanji, mientras él pensaba.

—Pues algo habrá que hacer... ¿no? —respondió el cocinero.

—¿Pero el qué? ¿Y cómo? No se me ocurre nada... —dijo Zoro.

—No lo sé, Zoro —respondió el rubio—. Yo opino lo mismo que tú. Me encantaría poder contar nuestro secreto y que dejemos de tirarnos los trastos a la cabeza a cada rato.

Zoro se quedó pensativo y no dijo nada.

—La cuestión es... Que odio enfadarme contigo sin motivo cada día —dijo Sanji.

 Zoro miró a Sanji fijamente a los ojos y se hubiera abalanzado de nuevo sobre él si no hubiera escuchado al resto de la tripulación entraren la cocina.

 Zoro miró a Sanji fijamente a los ojos y se hubiera abalanzado de nuevo sobre él si no hubiera escuchado al resto de la tripulación entraren la cocina

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𝗡𝘂𝗲𝘀𝘁𝗿𝗼 𝘀𝗲𝗰𝗿𝗲𝘁𝗼 | ZᴏSᴀɴ | 「One Piece」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora