❝¿Qué pasaría si los Mugiwara supieran que fueron creados por Oda y dos de ellos quisieran oponerse a una de sus decisiones? ❞
La tripulación de los Mugiwara, cuando Oda no dibuja, siguen su vida en el barco sabiendo lo que son, quién los creó y par...
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Cenaron despacio, como cada noche, entre conversaciones triviales, risas y algunas tonterías que animaban el ambiente.
Luffy comía sin control alguno, cogiendo de todo y de todos los platos que alcanzaba, que con sus brazos de goma, eran todos. Usopp se esforzaba por mantener su plato alejado de él para evitar que metiera la zarpa, pero era una tarea difícil y el francotirador comía bajo un estrés impresionante. En una ocasión, llegó a pincharle la mano con el tenedor cuando le pilló con ella cerca de su plato otra vez, pero no sirvió para que dejara de intentarlo.
Cada uno a lo suyo, hablando de cosas sin importancia, cenaban sin prestar atención a las continuas miraditas que Zoro le dedicaba a Sanji desde su sitio. El rubio, de pie y apoyado de espaldas a la encimera, le correspondía de manera sugerente y con sonrisitas divertidas, como si nadie le fuese a ver.
Maldito cocinero, le estaba provocando en el peor sitio. Aún ninguno de los Mugiwara sabía nada y ellos no sabían si querían decírselo todavía. Pero esas miraditas del señorito hemorragia nasal-san le hacían querer olvidarse de eso y tener ganas de abalanzarse sobre él como si fuera un pastel y él llevase una eternidad sin probar el azúcar.
Mientras Zoro se esforzaba por contenerse, Nami los había mirado a los dos sin que se dieran cuenta, extrañada.
—Estáis muy callados vosotros dos —dijo la navegante—. Se me hace raro. No es normal veros tan tranquilos...
Ambos dieron un respingo. En verdad sí que eran capaces de estar tranquilos uno junto al otro incluso en las viñetas de Oda... en cierta manera. Los dos chicos pensaron que se refería a otra cosa, pero había sido más sutil.
Maldita bruja entrometida, pensó Zoro. Posiblemente se hubiese dado ya cuenta de algo, pero no podía saberlo.
—No es nada —respondió Zoro despreocupadamente, volviendo la vista a su plato—. Quiero tener la cena en paz, eso es todo.
Nami le miró durante unos segundos.
—Bueno, tranquilo... Solo preguntaba... —respondió ella.
—No te lo tomes como algo personal, Nami-san —respondió tranquilamente el cocinero—, él es igual de mustio con todo el mundo, no solo contigo.
Zoro le dirigió una mirada breve a Sanji que se esforzó en ser de enfado, pero el rubio vio de lejos que no lo era en absoluto.
Sanji le miró de reojo y el espadachín trató de contenerse la risa. Tenían que fingir, no sabían aún qué hacer... Y era mejor así, pensaban por el momento.
Maldito cejas rizadas...
—Por lo menos sé mirar a una mujer a los ojos sin entrar en coma, sir sangrado nasal —contestó Zoro, mirándole de reojo.
—¿¡Qué me acabas de llamar... cabeza de césped...!? —dijo el rubio en un tono que pretendía ser de enfado.
—¿Cómo? ¿También te fallan los oídos?
—Te estás ganando una paliza...
En menos de lo que esperaban, ya tenían una nueva pelea montada entre esos dos. Pero ninguno sabía lo que había tras ella. Dos chicos llenos de dudas que aún no se atrevían a contar la verdad.
—Ya están otra vez... —dijo Usopp.
—En qué momento dije nada... —dijo Nami, suspirando aburrida.
Pero la pelea duró poco, porque Nami no tardó en levantarse y propinarles a los dos un buen golpe en la cabeza. Era increíble lo bien que funcionaba.
El resto de la cena trascurrió de forma tranquila, dentro de lo que podía ser tranquilo en el Sunny Go. Zoro y Sanji no volvieron a pelearse, pero intercambiaron alguna mirada más, procurando que fueran un poco más discretas.
Cuando acabaron de cenar, toda la tripulación se marchó a dormir y Zoro se quedó el último en la cocina, solo de nuevo con Sanji. No tenía prisa, esa noche iba a subirse al observatorio para montar guardia.
El cocinero le daba la espalda mientras fregaba los platos, pero sabía que se había quedado allí. No se dijeron nada durante un buen rato, pero el espadachín decidió acercarse a él por la espalda.
Sus rudas manos se deslizaron por su cadera y se inclinó un poco para besar al rubio suavemente en el cuello. Sanji quería dejarse llevar por la sensación, pero ese no era el lugar.
—Zoro... no es el mejor sitio.... —dijo Sanji en voz baja—. Alguien puede entrar.
—Siempre cortando el rollo... —dijo Zoro, jugando—. Si no quieres que pase esto, no me provoques durante la cena, ese tampoco es el mejor sitio.
Sanji contestó con una carcajada corta y el peliverde correspondió, recordando la forma tan absurda de disimular cuando Nami les preguntó.
—Me voy arriba —dijo Zoro de nuevo, dándole un suave beso en el cuello—. Estaré montando guardia, por lo que... ya sabes. Estaré despierto.
Zoro iba a marcharse, pero Sanji le retuvo sujetándole de la manga. El espadachín se giró y el cocinero le atrajo hasta él fundiéndose en un apasionado y largo beso.
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