El secreto expuesto

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Catherine

Esperaron hasta la media noche para poder hablar, por mientras, hicieron como que no pasara nada, le colocaron la mayor atención posible a Emily, quien disfrutaba de su día tan especial. Cat jugaba mucho con sus dedos, no podía ocultar lo alterada que estaba. Su hija, en cambio, sabía ocultar bien sus emociones, se le denotaba alegre junto a su hermana, la madre se preguntaba cómo hacía para que no se le viese lo preocupante.

—Te he notado un poco tensa. —Le comentó Nathan en una instancia, cuando se toparon a solas en la cocina—. ¿Te sientes mal? ¿Quieres que te lleve al hospital?

—Estoy bien —le contestó Catherine colocando sus manos en la cadera y resoplando al suelo—. Necesito tan sólo un vaso de agua.

El hombre de cabellera rojiza tomó uno de los vasos limpios de la alacena y sirvió agua en éste. Se lo tendió hacia su novia y ella lo recibió, pero casi se le cae, tenía la mano un poco temblorosa. Se bebe el vaso de un solo respiro y lo devuelve.

—Parece que tenías sed —dijo, ocurrente, Nate, colocando el vaso en el fregadero.

—¿Puedes quedarte callado? Por favor. —Lo fulminó con la mirada, Él simplemente levantó las manos, simulando su inocencia, y se retiró de la cocina.

Se hallaba angustiada, ansiosa, y tenía el corazón en el cuello. No sabía cómo le diría a su hija aquel secreto que le ha guardado por muchos años, ¿se enojaría, o simplemente le sería indiferente? Le gustaría introducirse en su cabeza y atenuar el golpe. Es más, podía hacerlo, conocía un hechizo para adentrarse en las mentes de las personas, pero no podría hacerlo con su hija, sería una pésima madre si lo hiciese, además, todos los hechizos que tuviesen influencias mentales fueron totalmente prohibido por el Ministerio de Defensa Mágica instantáneamente después de la Segunda Guerra Mágica.

Las horas pasaban y la inquietud de Catherine subía tan alto como una montaña rusa. Miró el reloj de la cocina y ya marcaban las doce menos cuarto de la noche. «¿Tan rápido pasó la hora?», pensó mientras lo miraba directamente. Se hizo un café expreso y se lo tomó a pequeños sorbos, no como con el vaso de agua.

Se asomó hacia afuera y la luz aún seguía encendida. Había una nota en la mesa central que decía: "Espero que te recuperes de lo que sea que te esté molestando —era de Nate—. Si necesitas algo, puedes llamarme. Te amo a ti y a las niñas." Sin duda es un buen hombre, sabía que no se había equivocado con él, pero sí en otras cosas. «Debo admitir que ocultarle algo como esto fue un gravísimo error», pensaba mientras se dirigía por el pasillo al cuarto de su hija más pequeña. Al entrar, allí estaba ella, acostada entre las mantas, plácidamente durmiendo con su pequeña luz de noche encendida. Se le acercó sosegadamente, intentando no despertarla y, cuando estuvo a su lado, le acarició sus inflados mofletes pálidos, luego su castaño cabello con las yemas de sus dedos y, al final, dejó reposar un beso en su frente. La cubrió un poco más con las mantas y se retiró lentamente, tal como había entrado y cerró la puerta tras de sí.

—¿De qué tenemos que hablar? —Le asustó Alex, parada en el umbral de su habitación con su pijama, a punto de irse a dormir.

—Debemos... —Aún no sabía cómo decírselo—. ¿Podemos conversar en la mesa? —Alessia asintió con una amable mirada, percibía la incomodidad de su madre, por lo que intentaba parecer como si pudiese hablar con ella de cualquier cosa.

Se sentaron una frente a la otra, Catherine tenía sus manos cruzadas frente a ella y su hija la observaba un poco preocupada, pero quería mostrarse tranquila. Miró a su alrededor un momento esperando a que su madre le dijese algo, pero al final fue ella quien rompió con el mal ambiente.

Alessia Valtoryen y las Criptas MalditasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora