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✨Editado✨

No tengo miedo.

Esas eran las palabras que Arani se repetía a sí misma una y otra vez, cada hora de cada día desde que la habían lanzado a ese asqueroso y putrefacto lugar; hace ya dos años. No tengo miedo, y al parecer, le había servido bastante, porque en todo el tiempo que llevaba en ese horrendo pozo en el fin del mundo, jamás habían logrado quebrarla. Ni una sola vez.

Nunca lograba saber si era de día o de noche, excepto que la sacaran al exterior para tener otra jornada de trabajos forzados, pero, de no ser así, solo sabía que el día había terminado cuando le daban ese pan mojado y ese tazón de agua con sedantes como a todos los prisioneros del lugar. Aparte de eso, no había otra forma de saberlo, no estando debajo de una montaña en una celda de barro húmedo y con olor a muerto.

La cerradura de la puerta de hierro que la asilaba aún más del mundo, crujió cuando los centinelas se acercaron, ella siquiera se inmutó cuando la puerta se abrió por completo y la complexión enorme de uno de ellos apareció; con esos trajes de hierro y cuchillos por todo el cuerpo, y un azote para decorar su atuendo claro. Él la miró con el mismo desprecio de siempre y le lanzó un pedazo de pan y un tazón sucio con agua. 

La única parte buena de la vida, lo llamaban todos allí.

Arani siquiera se movió de su cama, si así podía llamarse donde dormía, un pequeño rectángulo de heno, que con suerte durante unas horas de la noche estaba más o menos seco. Solo se quedó observando el pequeño pedazo de pan duro y el tazón sucio, y por más asco que eso le diera, prefería comer por ella misma y no que la obligaran luego. 

A final de cuentas, las ordenes eran "no dejarla morir, su condena será estar aquí toda su eternidad", y eso iban a hacer. Ahora más que nunca deseaba ser un simple humano mortal, sin habilidades, sin inmortalidad. Solo un humano mortal y fugaz.

Ella sabía que cumplirían esas palabras al pie de la letra, los centinelas harían lo que fuese con tal de seguir ganando el oro que le proporcionaban por tenerla cautiva allí. Así que con todas las negativas que su cuerpo ponía a las órdenes de su cerebro, ella avanzó y tomó en sus manos delgadas el pedazo de pan, lo mordió, y luego bebió el agua, pero solo sorbos pequeños.

Desde que había llegado, siempre supo que a su agua le ponían el doble de dosis normal de sedante para asegurarse que ella no fuese una complicación para el resto de los centinelas. Y luego de ese día, hace apenas unos meses, estaba completamente segura que la dosis había sido triplicada. Aun así, solo tomó dos sorbos y tiró el resto del agua al suelo de tierra en la esquina más lejana.

Miró sus muñecas y tobillos rojos por la presión que los grilletes hacían en su piel durante el día. Ya estaba acostumbrada a ellos de todas formas, sus días comenzaban cuando la puerta de hierro se abría y le revisaban los grilletes en los tobillos y las muñecas, luego la sacaban de su celda y caminaba con una capucha negra durante varios minutos, cruzando escaleras y corredores. Lo que esos idiotas no sabían era que, aun así, esa capucha sucia no servía en lo absoluto, y aunque intentaran marearla para desorientarla ella había aprendido a ubicarse en el momento en el que entró a esa maldita montaña.

Esos malditos grilletes siempre estaban ajustados de más, además del pequeño polvo brillante que les ponían; neutralizador, lo sabía, miles de veces lo había preparado junto a los curanderos para las armas. Suspiró, y aunque ya no le dolían, se quedó sentada en el pedazo de heno y mirando un punto fijo en la tierra mientras intentaba masajear sus tobillos heridos.

Arani sabía que dormir en ese lugar era firmar poco a poco su condena, antes de que la encarcelaran allí, oía historias de comerciantes que relataban los gritos que se oían por las noches, y ahora más que nunca sabía que esas historias no mentían. El descanso no existía en esa montaña. Con suerte dormiría media hora de vez en cuando. 

La Máscara de Hielo (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora