02. De mariposas sin certezas

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A Levi le gustaba coser.

No podría encontrar la manera de explicar cómo o de dónde había nacido ese gusto, un tanto particular podría decirse, en un joven de su edad. De un adolescente se podían esperar otros gustos quizás; vehículos, deportes, música, maquillaje, ¡lo que sea!

Pero a Levi le gustaba coser. Tejer. Confeccionar. Crear a partir de las variadas telas.

Recordaba que junto a Uri, cuando aún era un niño, compartían el momento de confeccionar ropa por diversión. Pero si buscara enserio la razón, no creía que aquello fuera el origen exacto.

Si su mente se dedicara a escarbar un poco entre sus recuerdos, llegaría a uno que era tan especial como borroso y lejano. De pequeño, muy pequeño, tenía la imagen de él y su madre cociendo suéteres muy chiquitos para sus peluches.

Se le venía a la cabeza que, desde una infancia muy temprana, había abogado por el bienestar de todos, hasta de sus amiguitos de felpa. Se recordaba alegando que el fuerte frío que se desataba con el invierno, además de hacerlo temblar a él mismo, también angustiaba de forma incesante a sus desprotegidos juguetes. Kuchel solía reír y festejar esos pensamientos nacidos de su infantil e inocente cabeza siempre.

Si buscaba aún un poco más dentro de sus infinitos recuerdos, veía a la mujer que lo crió los primeros años de su vida cosiendo al lado de la ventana.

Quizás si sabía de donde había nacido ese gusto, el amor por confeccionar quizá había florecido de ver a su progenitora tantas veces con una aguja y un hilo en la mano, encantada e ilusionada.

Pero...

¡¿Por qué estaba hablando de amor otra vez?!

Volvió a la realidad bufando un tanto molesto. A su lado, caminando apacible y distraído, Erwin ni siquiera notaba lo enfadado que se encontraba por ocupar tanto su cabeza en un tema tan sinsentido como el amor. Su mente últimamente daba vueltas alrededor del concepto y no hacía nada más que expandirse y, a la vez, correr en círculos sin llegar a una respuesta.

¿Acaso estaba siquiera buscando una respuesta?

Su vista se centró en el camino una vez más. Si caminaban lado a lado por el gran centro de la ciudad, pisando entre gente pomposa que cargaba abrigos enormes y prisas aún más gigantes, era porque Levi adoraba coser.

O porque había obligado a Erwin a acompañarlo a comprar telas.

Sus padres odiaban acompañarlo a comprar. Lo adoraban con la inmensidad del mismísimo mar; él lo sabía muy bien, pero el bajito tenía varias tiendas favoritas en la ciudad, y un criterio demasiado afilado: era capaz de recorrer punta a punta todas las tiendas durante horas y horas con tal de encontrar la tela perfecta para el capricho que tenía en mente. Entre todos sus amigos, el rubio era el único con la paciencia suficiente para soportar los resongos al aire del menor por tantas horas seguidas.

Erwin sabía muy bien cuanto disfrutaba Levi de confeccionar (aunque resongara la mayoría del tiempo y pareciera eternamente irritado). Además, se sentía realmente dichoso cada vez que el menor se asomaba a las vidrieras y veía algo que le gustaba, destellando en sus oscuros ojos un inusual brillo expectante. Erwin no se perdería ese espectáculo para nada. Si su amigo era feliz, ahí iba a estar él para ayudarlo.

Aunque cargar con bolsas y rollos de telas no estaba dentro de sus planes.

¡Todo pesaba muchísimo!

-Si nos apuramos podríamos llegar al metro de las 18:00.

-Si no hubieras comprado tantas cosas...

A Teenager In Love | eruriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora