04. De la calma y el huracán

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Levi nunca se había considerado una persona dependiente. En el sentido más liviano de la palabra.

Su vida se había basado, en sus primeros años, en un vaivén de situaciones. Por lo tanto, se sentía a sí mismo desencadenado de todo. Y todos.

De aquella joven que alguna vez llamó madre y hasta de Kenny y Uri, quienes en parte eran responsables de una adolescencia tan individualista. Desde que había llegado a manos de ambos, le habían inculcado la importancia de su propia independencia.

Quizás era su inconsciente buscando su bienestar.

Daba igual. Nunca se había apegado mucho a alguna cosa, ni necesitó de algo a su lado. Ni de alguien.

No recordaba tener un peluche favorito, ni un lugar o un objeto.

Cuando Uri llegó a la vida de Kenny (y por consecuencia a la suya), habían abandonado la casa en la que tantos años había visto pasar. Uri le había pedido su opinión sobre abandonar el lugar, temiendo que el niño no quisiera irse de su hogar. Pero no la extrañó.

Levi creía que todo era una nueva oportunidad para conocer nuevas cosas. Y esas algún día partirian para darle lugar a otras y así a una interminable rueda. Todo partiría al final.

Pero no podía mentir; a veces se sentía extraño. Sin apego, creía que la gente lo vería raro al suponerlo como una persona sin la capacidad de querer. El quería mucho a sus padres, por ejemplo, pero entendía que no estarían juntos por siempre. Quería a sus amigos, pero no se extrañaría si alguna vez la suerte los hacía volar a diferentes destinos. Eso estaba bien, ¿verdad? Era la vida, después de todo.

Despreocupado y con la vista fija hacia adelante, se centraba en simplemente seguir.

Pero un día lo notó. Extrañamente, un día decidió prestarse atención (como pocas veces lo hacía) y descubrió un cambio. Esa ausencia de apego y anhelo se había privado de una persona.

Algunas veces se hizo notorio, cuando no lo veía en los pasillos de la escuela y añoraba hacerlo, o cuando se separaban luego de una tarde juntos y su ánimo bajaba al ya no sentir su presencia cerca.

Pero hoy, hoy lo notaba más que nunca.

Quizás porque el tiempo y el estrés eran malos compañeros.

Levi nunca se había considerado una persona dependiente o apegada, pero ahora realmente, podía asegurar, extrañaba a Erwin.

No es que fuese un loco obsesivo, para nada. Pero dos semanas lo separaban de aquel día de ensueño, una mañana donde el amanecer lo había despertado solo para ser recibido por la habitación de Erwin, las mantas de Erwin, el aroma de Erwin y su dulce rostro con una expresión somnolienta. Nunca había pensando que algo tan cotidiano como dormir se transformaría en uno de sus recuerdos favoritos.

Estupido Erwin.

Levi no podía obviar que las mariposas aún se enloquecían exaltadas dentro de su estómago.

Tan patético.

Pero la felicidad no podía durar para siempre. Ambos se vieron forzados a separarse para, cada cuál por su lado, enfrentar las tres semanas de exámenes que se avecinaban antes de las muy esperadas vacaciones de verano.

Era un último esfuerzo antes de terminar el año escolar, así que los dos prometieron dar lo mejor de sí, dejándose de ver (¡y hasta de mensajear!) por esa pequeña temporada completa.

A Teenager In Love | eruriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora