03. De libros y preocupaciones

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Erwin era un cerebrito. Levi había entendido eso desde el primer día en que lo vio. Y no era una manera de etiquetarlo o una rara forma de discriminación hacia los nerds, era simplemente que Erwin Smith hablaba con la gracia y propiedad de una persona que sabe mucho. Y no únicamente por absorber todos los conceptos y conocimientos que esos pilares de libros que conservaba muy mal acomodados guardaban entre sus páginas, sino que sabía razonar; Erwin sabía alzar la voz para dictar su propia palabra. Y Levi debía admitir, secretamente y mirando hacia el costado, que admiraba esa cualidad en él, y ocupaba en su lista el puesto número tres de cosas que le gustaban de su amigo. Si existiera tal lista, claro está.

Levi, por su lado, hallaba su inteligencia por un lado más artístico. Aunque no buscaba ser un hombre diplomático, porque sencillamente no le nacía. Sus talentos iban por otros lados, al igual que sus intereses. Y aunque siempre se le había halagado por ser un joven talentoso en áreas tan extraordinarias como el arte y los deportes, debía confesarse como una persona no muy responsable. Si no le interesaba, no encontraba el motivo de esforzarse. En eso eran como la luna y el sol, se comparaba ciertas veces. Tan diferentes. El mayor era una persona propia y dedicada, abierto a aprender en todos los ámbitos posibles, mientras que él... no le interesaba. Su lugar de confort era reducido, y estaba bien con eso. Aunque estar cómodo con la idea no significaba que su vida académica también lo estuviese.

Y por eso hoy se encontraba ahí.

—Tengo granos de café y algunos sobres de té. ¿Quieres té igual?

—No entiendo como puedes faltarle el respeto de esa manera, eso ni siquiera puede considerarse té... pero sí, quiero.

Sus ojos rodaron mientras su espalda baja se recostaba en la mesada de la cocina. El señor Smith tenía muy buen gusto, divagaba, colores grises en la cocina eran muy bonitos. Aunque daba una sensación de demasiada lejanía y ambiente pulcro, a diferencia de su propia cocina, que entre tonalidades color madera se ubicaba bajo la etiqueta de hogareña.

—A mi ni siquiera me gusta el té, no me culpes.

—Tu papá tiene muy mal gusto entonces—dijo acercándose a checar que Erwin no le estuviera poniendo mucha azúcar a su pequeña taza blanca—, pero no le digas eso, voy a quedar muy mal parado.

Erwin rió y le entregó la taza entre sus manos, Levi la recibió con esa rara manía de tomarla desde arriba con sus dedos.

—Papá te quiere tanto que seguramente te pediría disculpas y te compraría todos esos yuyos raros— dijo mientras seguía batiendo en su propia taza el café que, conociendolo como lo conocía, debía tener tanta azúcar como agua.

—Entonces tendrías que copiarlo.

—¡¿Te ayudo a estudiar en mi casa y también tengo que comprarte yuyos?! ¡Que descaro!

Levi le dio un sorbo a su taza, haciendose el ofendido, como si lo que dijo el rubio fuera, obviamente, lo que tenía que hacer por regla.

—Hay mucho atrevimiento en un cuerpo tan chiquito.

—No empieces.

Y sí, como Levi solía darle atención a las materias que despertaban su interés, a mitad de año llegaba un tanto comprometido en algunas asignaturas. Historia y matemática le pasaban factura de no estar muy despierto cuando los profesores impartían clases. Para su suerte, el rubio grandote que sostenía una taza y galletitas de avena era un alumno ejemplar con las mejores notas y, mejor aún, con un don excepcional para explicar. Y a Levi le gustaba mucho escuchar a Erwin, era pan comido.

A Teenager In Love | eruriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora